El examen para ser capitán de la marina inglesa era legendariamente estricto. Unos viejos marinos jubilados —burócratas, somnolientos e inescrutables que durante décadas no habían puesto sus pies en la cubierta de un barco— parecían solazarse en torturar al postulante planteándole problemas irresolubles. En “Crónica Personal” Joseph Conrad cuenta el suyo magistralmente. El punto al que es llevado es una siniestra “situación extrema” —en medio de un temporal terrible— en la cual debe establecer la única y precisa maniobra que salva a la nave del naufragio total. Con el tiempo Conrad reconoce que esos viejos marinos retirados tenían no poca razón en haberlo sometido a esa máxima presión, colocando en el centro de sus narraciones una situación de esas: la medida de la idoneidad del capitán que lo pierde (en Lord Jim) o salva la nave y gana el respeto de su tripulación (El cómplice secreto).
Conrad escribe con nostalgia en el momento del declinar de la gran navegación a vela, un período histórico que coincide en una sintonía próxima con la construcción del Estado chileno. En el diseño de este, como también se sabe, el peso institucional del “capitán de la nave” (una metáfora muy antigua) es gigantesco y subsiste hasta hoy: es preciso aceptar que somos un galeón de antaño extraviado en tiempos de la veloz y dúctil navegación por internet.
Durante décadas el tema de la modernización del Estado entró y salió del debate público sin que nunca se clavara la pica en las reformas de fondo y cada vez que hubo un cambio constitucional se repuso reforzado el modelo del siglo XIX. Y así estamos hoy, con un diseño del Estado que, siguiendo con el símil, se asemeja bastante a aquel de las naves con que España realizaba su tráfico comercial con sus territorios ultramarinos a fines de la Colonia.
En nuestra historia no pocas veces, aunque encarnados en distintas figuras, se repite la escena de un Presidente en soledad, rodeado de un grupo pequeño de confianza (los primeros oficiales de la nave), acorralados en medio de la zozobra. Ya es tarde para cambios institucionales demorados y eludidos que habrá que afrontar en su hora: hoy los amotinamientos se suceden, el agua inunda la embarcación penetrando su antiguo y noble casco, las dársenas y el astillero están a meses de distancia de recorrido.
Nos guste o no, en este esquema conradiano, el capitán es el problema y todo se anuda en torno a él, este capitán, esta persona con sus vicios y virtudes, quien, solo superándose a sí mismo, acaso encuentre la solución que salve.