La fractura generacional que vive el fútbol chileno —los jugadores chilenos que hoy tienen entre 25 y 28 años no asumieron el rol de recambio a los que hoy tienen sobre 32 años— es un dato a estas alturas irrelevante y que no puede ser factor de mucho más análisis del que ya se ha hecho en diversos foros y crónicas. Ya está y no hay que darle más vueltas para encontrar responsables y culpables de la carencia que vivimos. Como dijo Reinaldo Rueda, existe un vacío que hoy es imposible de llenar porque el trabajo que se debió hacer no se hizo en su momento, por lo que para enfrentar los próximos desafíos internacionales de la selección —la Copa América 2021 y las eliminatorias al Mundial de Qatar 2022— no existe más que un camino posible: esperar que lo veteranos que ya cumplieron su rol histórico sigan exigiendo sus motores hasta fundirlos y que, complementados a ellos, los chicos entre los 22 y 24 años puedan absorber algo de su impronta para madurar y no perderse. O sea, hay que tomar lo (poco) que se tiene, echarlo en una juguera y rogar porque lo que salga de eso, alcance para mantener en alto la dignidad futbolística que tanto costó conseguir.
Panorama incierto, claramente. Porque el éxito competitivo al cual aspiramos depende de muchas cosas. Entre ellas, que exista la capacidad para que los jóvenes puedan adherir conceptos y convicciones; que los mayores sean buenos guías y ejemplos; que el DT muestre capacidad para liderar este necesario traspaso generacional; y, claro, comprensión del medio para entender que ya no basta con discursos ni dogmas irrefutables para echar a andar un proyecto serio y duradero.
En cualquier caso, hay elementos que ayudan a que podamos ver ciertos brotes verdes en el desierto que, al menos, dan cierta esperanza.
El vaso puede verse, incluso, medio lleno.
De la “generación dorada”, es un hecho que hay cinco jugadores está aún en condiciones de enfrentar con cierto nivel un desafío internacional en los próximos tres años: Bravo, Vidal, Aránguiz, Sánchez e Isla pueden —al día de hoy— sostener el equipo quizás no al nivel físico que exhibían hace cinco años, pero sí con una alta dosis de experiencia que puede provocar efectos de enseñanza tipo espejo entre los más jóvenes. Depende de ellos ser buenos y eficaces líderes…
A ellos se puede sumar, ya con cierto nivel de confianza, a tres jugadores de le “generación perdida” que en el último año han logrado una altura internacional interesante: Paulo Díaz, Guillermo Maripán y muy especialmente Erick Pulgar.
¿Y los jóvenes? Muchos candidatos, pero pocas certezas.
Pero igual hay un puñado de jovenzuelos que puede ser proyectado y que, con mucho trabajo y buenos orientadores deberían desarrollarse pronto para ser, en el mediano plazo, los que asuman responsabilidades mayores.
Es un hecho que con ello hay que batírselas y rogar porque resulte algo bueno. Y que aún si es positivo lo que se logre, no se olvide que es urgente que por fin se establezca una política técnico-administrativa que reduzca los porcentajes de incertidumbre a la hora de proyectar resultados.
Pero seamos optimistas. Harta falta que nos hace.