A esos hombres que están estrenando su vocación, Jesús les da a conocer que sus vidas deben buscar la plena identificación del discípulo con su maestro: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado” (Mateo 10, 40). Aspiración única, que ninguna otra religión monoteísta tiene respecto de su fundador, excepto la cristiana.
Jesús, en cuatro versículos del evangelio de hoy, se refiere a sí mismo en siete ocasiones: “Me recibe a mí”, “es digno de mí”. Ningún maestro de la Ley había dicho o hecho esto: “La centralidad del Yo de Jesús en su mensaje, da a todo una nueva orientación… Aquí las palabras de Jesús al joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y sígueme” (Mt. 19, 21). La perfección, el ser santo como lo es Dios, exigida por la Torá (Lv 19, 2; Lv 11, 44), consiste ahora en seguir a Jesús”. (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret I). Y esta es nuestra identidad.
A veces ingenuamente pensamos que por hacer cosas buenas somos cristianos y no es así. No tenemos el monopolio de la generosidad, de la solidaridad, etc. Muchas personas buenas, antes de que Cristo viniera a la tierra, también las hacían.
Podemos decir, sin menospreciar a nadie, que hacer cosas buenas está al alcance de todos. En cambio hacer las cosas por Cristo, con Él y en Él, es propio de los bautizados. Esa es nuestra identidad: “Nosotros andemos en una vida nueva” (Romanos 6, 4).
La semana pasada, al repartir alimentos en la parroquia, un grupo de voluntarias quisieron escribir a esas cincuenta familias. Cada carta estaba individualizada y en ella daban palabras de aliento y esperanza sacadas o inspiradas del evangelio. ¡Cuánto bien hacían esas palabras a estas personas!
¡Cuánto bien me hizo esta iniciativa!, porque después me preguntaba: ¿qué diferencia tiene mi parroquia con una Municipalidad dando alimentos? ¿En qué se diferencia lo que hacemos nosotros del Club de Leones, una Junta de Vecinos, etc.? Esa iniciativa, esa carta, era una materialización de la vida cristiana. En mis feligreses debía ver a Jesucristo; mi parroquia no era una ONG.
Padre, yo que soy bautizado, ¿cada vez que hago una cosa buena, la hago por Cristo? Una respuesta sensata sería: no siempre. Sí, en cambio, lo tenemos todo para que así sea, porque “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6,8).
Nos dice Jesús: “El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa” (Mateo 10, 42). Hacer esto un día en la tarde es fácil y además uno se siente bueno.
Comprometerse con esas personas, como escuchaba a un universitario que estudia algunas clases grabadas en la noche, porque a la hora de esas clases ayuda semanalmente en un comedor, esto es más atractivo, desafiante y te hace inmensamente más feliz.
Paradójicamente, para un cristiano, estos tiempos de escasez son tiempos de generosidad; estos tiempos de necesidad son tiempos de libertad e iniciativas; ahora que hay que esperar una vacuna, es tiempo de adelantarse y responder en el ambiente que nos rodea.
En San Pablo vemos un hombre que —después de Damasco— sigue buscando a Jesús: “Quien vive, vive para Dios” (Romanos 6, 10). Tu identidad es una deuda que hay que pagar día a día y solo al final de nuestra vida, dirán de ti junto al salmista: “Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh, Señor, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo” (Salmo 88, 16).
“El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
(Mt. 10, 39)