No fue la oposición quien sacó al ministro Mañalich, como algunos han dicho en los últimos días. Lo sacó el Presidente, como es obvio, en un régimen donde los ministros han de ser afines a su visión y ejecutores de su voluntad. La forma como el exministro encaró la pandemia respondió a los deseos presidenciales. Fue encargado de justificar técnicamente y de implementar —con un sentido de autoridad que desató una transversal nostalgia— una respuesta que buscaba reponer el sueño que el 18-O había dejado en el aire: colocar a Chile en el club del primer mundo. ¿Por qué entonces lo sacó? Porque tiene que haber llegado a la convicción de que la estrategia seguida se había agotado, o que había fracasado, o peor aún, que estaba basada en supuestos equivocados, que no sería un acontecimiento pasajero y controlable —como se insistió con ingenuo voluntarismo— y por lo mismo no había que dejar que interfiriera en exceso en la vida económica. Frente al maldito virus —se debe haber dicho el Presidente a sí mismo cuando estas conjeturas se cayeron como “castillo de naipes”—, Chile tampoco era el oasis que imaginaba. Ante la tempestad había que cambiar de dirección, para lo cual se necesitaba un nuevo timonel. Sacó a Mañalich, entonces, por lo mismo que a Chadwick después del 18-O: porque asumió que su propia visión y estrategia estaban naufragando.
¿Fue acaso la presión de la oposición lo que sembró de dudas al Presidente sobre el camino elegido? No lo creo. Él es, por encima de todo, un hombre de datos. Fueron los malos resultados, el hundimiento de las proyecciones y la inconsistencia de los números los que probablemente lo llevaron a cambiar. Nadie nos lo ha dicho más ácidamente que la agencia Bloomberg: “Chile siguió el ejemplo de las naciones ricas solo para darse cuenta, una vez más, de que un gran porcentaje de sus ciudadanos son pobres”.
El Presidente es terco pero racional. Ante la avalancha de evidencias, admitió que la estrategia frente a la pandemia debía ser revisada. Y junto con esto, que los pasos siguientes deben surgir de un diálogo transparente con actores (políticos, municipales, sociales, científicos) que se habían sentido marginados. Este viraje guarda una perfecta simetría con lo acontecido en las semanas posteriores al otro estallido, el social. La entrada del ministro Paris (a la que se debe sumar, en los días previos, la de Monckeberg a La Moneda) responde al mismo patrón de la entrada de Blumel y Briones, y el Marco de Entendimiento concordado con la oposición para la emergencia, la reactivación y el empleo, al acuerdo del 15 de noviembre sobre el proceso constituyente.
Ahora bien, ¿quién jugó el rol protagónico en descubrir, analizar y diseminar la evidencia que termina con la salida de Mañalich y el giro en la estrategia sanitaria y política del Gobierno, allanando el camino para este segundo acuerdo gobierno-oposición? Fueron organizaciones de la sociedad civil. Fue el Colegio Médico, que incluso logró reponer el protagonismo de los economistas convocando a un grupo transversal que sentó las bases del plan de emergencia. Fue el think-tank Espacio Público, que ha hecho un trabajo formidable escrutando los datos y ofreciendo lecturas diferentes a la oficial. Fue la comunidad científica y universitaria, que ha venido debatiendo y elaborando alternativas. Fueron los trabajadores de la salud y las asociaciones médicas, que se han esmerado en mostrar la realidad más allá de las estadísticas. Fueron periodistas independientes y medios de comunicación que no se conformaron con el optimismo.
Quienes aún creen que se puede gobernar arrogándose el monopolio del conocimiento, de la información y de la buena fe, ya sería hora de que aprendan la lección. Chile posee una sociedad civil vibrante con la cual hay que contar y trabajar. Es uno de los frutos más valiosos de su modernización.