El discípulo, cuando descubre que tiene que involucrarse con su vida en el proyecto de Jesús, tiene miedo. Entonces Jesús insiste tres veces en el evangelio de hoy: “no tengan miedo”.
El primer miedo dice relación con nuestra fragilidad:
tenemos miedo de hacer una elección total por Cristo. Nos da miedo tomar las decisiones equivocadas al aceptar su propuesta. Erradamente pensamos que la propuesta cristiana se trata de una vida de renuncias y de impedimentos. Somos parte de un sistema y de un razonamiento donde las decisiones correctas son las opuestas a las que propone el evangelio. ¿No será mejor adaptarse a lo que hacen todos y “disfrutar” así de la vida? ¿No es un poco exagerado tomarse tan en serio el evangelio? ¿Tiene sentido nadar contra la corriente en los tiempos actuales?
También tenemos miedo de lo que encontraremos en el mundo, pues, junto con todo lo genial que hay en él, hallaremos una fuerte intolerancia, desconfianza, rechazo, hostilidad y también persecución. Pensamos que la forma de sobrevivir es mantenernos tranquilos en silencio, sin decir mucho, reservando la fe al mundo de lo privado y personal. El miedo tristemente nos lleva a esconder nuestra identidad cristiana. Le tenemos miedo al mundo. Nos terminamos convenciendo de que la propuesta evangélica es más bien de otro tiempo, un poco exagerada, o es para algunos solamente. También nos sucede que tenemos cierta mirada infantil de algunos aspectos de nuestra fe y no somos capaces de dar razones de nuestra fe y esperanza cristiana. Más bien parece que nos conviene ceder ante un mundo que nos obliga a pensar de cierta manera.
Por último, tenemos miedo de las consecuencias que nos puede traer ponernos de parte de los pobres y excluidos. Esta opción requiere coherencia en nuestra vida, requiere renuncias. Y también requiere las agallas de enfrentarse a cierto poder de mantener las cosas como están…
En fin, la propuesta de Cristo de construir el Reino de Dios, la imagen de hombres y mujeres nuevos que trae el evangelio, conlleva grandes desafíos para nosotros. La opción por Cristo no es fácil.
Pero vale totalmente la pena. La transformación interior que produce la caridad y el servicio a los demás es el verdadero camino hacia la felicidad. Y no se trata de un premio al final de la vida, sino de vivir plenamente hoy. Es verdad que podemos encontrar adversidad en el mundo, pero ante la luz es la oscuridad la que se retira. La propuesta de Cristo nos saca de la oscuridad de nuestros egoísmos, del afán de competencia, o del sentido de acumular y poseerlo todo, y nos pone en la luz de la caridad, la entrega y el servicio a los demás. Este es nuestro aporte para construir un mundo mejor, el Reino de Dios.
El Señor no nos promete que no tendremos dificultades en nuestra vida. Tampoco nos ofrece solucionar milagrosamente nuestros problemas. Lo que el Señor nos ofrece es la vida verdadera, una vida en libertad a través de la caridad. Esto es participar de la vida del mismo Dios. Una vida que ni la misma muerte la puede vencer, sino que está llena de trascendencia. La receta para transformar el mundo es que dejemos transformar nuestra propia vida, que nos abramos al misterio de Dios y del prójimo.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse'”.(Mt. 10, 26)