Los seleccionados de 1962, los del tercer puesto, se han mantenido en la memoria de los chileños desde un sábado 16 de junio de hace 58 años y cinco días.
Esa calificación histórica, aunque sea en la Copa del Mundo, entonces la Jules Rimet, no basta para explicar la persistencia del recuerdo por esa selección y cada uno de sus integrantes, durante tantas décadas y a lo largo de varias generaciones.
Un respeto que abarca a los idos, que son la mayoría, y a los que quedan.
La razón se inicia en lo que fueron como jugadores y el logro del tercer puesto, desde ahí parte, pero también en lo han sido la mayor parte del tiempo: ciudadanos normales, sencillos y afables, a veces ligados al fútbol o bien alejados, donde cada uno tuvo cuento sentimental y luego hijos y nietos, si los hubo, y están los vaivenes económicos, la fortuna y las buenas o malas decisiones y, en fin: así son las vidas completas.
La persistencia en la memoria de esos nombres contiene otros valores. Ninguno vulgar, todos sagrados.
Está el compromiso hacia el entrenador Fernando Riera, donde junto a lo gruñón y arisco, siempre está el reconomiento al director técnico que los convocó con liderazgo, dirección y porque los mantuvo como equipo y los quiso a cada uno, pero más al equipo: a todos, titulares, banca y no convocados.
Nunca una mala palabra por o contra Riera y el trato adquiere sentido: don Fernando, siempre en un pedestal y por tanto honrar su honrado trabajo.
Entre ellos, entre los jugadores, el elogio mutuo es permanente, la admiración no se apaga y no les faltan palabras para hablar siempre bien y de un modo amable y conmovedor, tanto por los presentes como por lo ausentes.
Los seleccionados de 1962 se querían entre si y por eso su recuerdo ha sido inagotable y bienhechor: era un equipo y aún lo son.
Entre los sobrevivientes se mantiene el don que los agrupa y reúne: se respetan y comprenden, se duelen y consuelan e incluso son capaces de reírse de sí mismos, porque en el fútbol lo de cabro chico no se acaba nunca.
Pueden ser, al mismo tiempo, señores viejos y gastados, y también jóvenes rápidos y vivaces; los seleccionados del 62 transmiten una energía noble donde lo antiguo y lo joven se confunde y eso los alumbra como los niños que fueron y como los hombres que son.
Siguen en la memoria porque fue una gran selección y por eso el tercer puesto, pero hay algo invisible y emotivo, donde convive el recuerdo por la antigua hazaña con el cariño por lo que han sido durante más de medio siglo. Ciudadanos simples y honrados que comparten la suerte de sus compatriotas y el destino que les tocó: el Chile que llora, ríe y canta.
Leonel, Misael, Sergio, Honorino, Braulio, Armando, Fifo, Jaime, Tito, Carlos, Pluto, Jorge, Hugo, Eladio, Adán, Raúl, Mario, Manuel, Humberto y es tanto por los vivos como por los muertos, porque siguen siendo un equipo.
Un equipo noble, leal y chileno.