Sergio Jadue, al generoso amparo del FBI, ha perdido parcialmente su libertad, sus recursos económicos, su estabilidad familiar. Ha adquirido fama internacional (es protagonista de una serie continental, donde no sale muy mal parado) y, en su rol de delator y confidente, ejerce temor entre quienes fueron sus pares en la Confederación y con aquellos que estableció sociedades comerciales. Lo que no ha perdido en absoluto es su injerencia en la administración del fútbol chileno, al punto de convertirse en eje central del debate por las próximas elecciones.
Pablo Milad, uno de los candidatos, lo respaldó más allá de lo sensato, decoroso y responsable, antes y después de su detención. Pretender negar esos vínculos es poco creíble, y en virtud de esa negativa sus enemigos filtraron el mensaje privado a su “primo” para demostrarlo. En el bando contrario, encabezado por Lorenzo Antillo y con la fervorosa vocería de Raúl Delgado, han preferido dejar en claro su cercanía con el exaliado, filtrando un mensaje que, claramente, el mismo Jadue les compartió para mantener su influencia o vengar el público desprecio actual de Milad.
Como sea, lo que está claro es que Jadue sigue presente, lo que debe llenarlo de solaz. Y eso se produce porque en el seno del fútbol chileno no solo no hubo investigación ni juicio a los pecados del trepador y ambicioso dirigente calerano, sino que tampoco para los colaboradores, cómplices, aliados y sostenedores que siguen teniendo una cuota de poder en Quilín. Es lógico entonces que emerjan impertérritos cada vez que se convoca a elecciones. No hay pudor ni reglamento que los detenga. Pasamos de la pasividad y la falta de liderazgo de un directorio diezmado, fragmentado y decapitado a una jauría ansiosa de reyerta en medio de la peor crisis de todos los tiempos.
Como ya se ha dicho hasta la majadería en este espacio, no hay lugar para ideas ni debates en estas elecciones cerradas, sino solo una lucha feroz y desesperada por la cuota de poder y recursos que supone estar al frente del organismo. Y parece muy poco probable que después del incidente de los mensajes de Jadue pueda recomponerse la unidad mínima para lograr consensos imprescindibles para el retorno de la actividad, el control de las barras bravas o la separación de la Federación.
Sea cual fuere el próximo timonel, no habrá demasiada esperanza, como no la hubo en el pasado. El pecado capital que pesa sobre la industria fue la inconsistencia y el despilfarro para capitalizar los años dorados. La catarata inagotable de recursos que cayó —y cae— sobre la Federación y los clubes es inversamente proporcional a los avances registrados. Juan Pinto Durán es cada vez más pequeño y modesto, los clubes menos competitivos a nivel internacional y la actividad más frágil y dependiente que hace veinte años atrás.
Jadue tuvo su serie y ahora se refocila en Miami. Lo de las nuevas elecciones de la ANFP en Chile no da ni para culebrón.