Estoico y frugal, vigésimo libro del cubano Pedro Juan Gutiérrez (1950), es el título menos adecuado que uno podría imaginar para esta narración o para el conjunto del corpus del autor. Desmedido, exagerado, exhibicionista, lúbrico y libidinoso, en esta crónica Gutiérrez vuelve a las andadas, de modo que el estoicismo y la frugalidad a las que hace alusión son rasgos por completo ausentes, pese a su insistencia en atribuírselos. Quizá la diferencia, poco visible en este texto, es un grado de comedimiento, traducido en que ahora escribe con pretensiones de seriedad, abundando en citas literarias, pictóricas, musicales, en general artísticas o bien en discursos políticos y filosóficos a ratos graciosos, en ocasiones completamente trillados.
Estoico y frugal conforma una historia desembozadamente autobiográfica, y otro distingo con respecto a las demás novelas de Gutiérrez, es que, de comienzo a fin tenemos un material compacto, sin un solo punto aparte, con diálogos insertos al interior de este bloque narrativo, junto a los habituales saltos cronológicos, la incorporación de anécdotas al correr de las páginas o las constantes lucubraciones del prosista a propósito de esto, lo otro y lo de más allá. Sin embargo, no hay inconveniente en ello, puesto que Gutiérrez resulta siempre entretenido, vital, suelto de cuerpo, incluso hilarante y desde luego, muy cochino.
Pedro Juan llega a Madrid en los años 80, en pleno invierno, habiendo ya publicado un exitoso relato, por lo que comienza a codearse con estrellas del mundo libresco hispánico. No obstante, sus preferencias se inclinan hacia los ambientes prostibularios, los lugares donde el desenfreno sexual está garantizado y, sobre todo, el protagonista manifiesta una obsesión por las mujeres maduras, ávidas de acostarse con distintos hombres, de preferencia con Pedro Juan. A Carolina, su amante inicial, la sustituyen una serie de damas, que van desde una madre posesiva, un club de señoras muy mayores y aficionadas a los juegos eróticos, una fotógrafa sadomasoquista manejada por un gay voyerista, una estudiante que está haciendo una tesis sobre Gutiérrez, hasta culminar en Patrizia, italiana con un pasado borrascoso y un presente atribulado.
Estoico y frugal nos presenta, además, un recorrido por la carrera cultural de Pedro Juan, por el significado que él ve en su producción, por las trampas de la fama e inevitablemente por sus opciones políticas. El socialismo es una estupidez; el capitalismo, una porquería; las dictaduras, una calamidad, y quizá lo mejor sean los regímenes socialdemócratas. En cada gira, presentación o promoción de sus relatos, Pedro Juan enfrentará a quienes lo consideran un traidor, boicoteando sus actividades públicas, o bien a otros que lo aplauden, lo admiran y lo vitorean cual héroe de la libertad. Todo esto le genera un profundo rechazo, un aburrimiento sin límites y hasta el deseo de volverse invisible. Por descontado, tales reacciones, a fuer de vehementes, carecen de autenticidad, puesto que Pedro Juan lo pasa fantástico mientras viaja por España, Italia, Alemania, la ex URSS, los Alpes, ciudades deslumbrantes o sitios históricos gloriosos, donde casi siempre se luce y conoce a personas tontorronas, aun cuando, por regla general, se trata de gente interesantísima.
Se ha comparado reiteradamente a Gutiérrez con Charles Bukowski, Jean Genet y Henry Miller. Existen motivos fundados para tal paralelo, por más que las distancias entre el caribeño y esos literatos “malditos” son inmensas. Lo peor de Gutiérrez dista de hallarse en sus manías genitales, en el solazarse por la mugre, en los olores a sudor, orina, fluidos y en una actitud contraria al amor romántico, que excluiría el intercambio carnal. Estoico y frugal posee pasajes acertados o simpáticos y, claro, apela abiertamente al morbo, que es lo que se espera de este novelista. Lo peor reside en un egocentrismo consciente, en una autorreferencia infinita, en la presunción de que el lector es ignorante y tonto, de manera que es incapaz de percibir dichos aspectos. En Estoico y frugal, asimismo, tenemos meditaciones pueriles que pasan por originales; pensamientos burdos que quieren ser sutiles; posiciones que caen en el lugar común, a pesar de que se nos exhiben como ideas singulares, en fin, ejemplos, referencias y apreciaciones elementales acerca de incontables pensadores o genios que cualquier persona con educación básica conoce. Aun así, nunca podrá reprocharse a Gutiérrez causar tedio, pues sin perjuicio de su chocante efectismo, sabe ser ameno.