Reinaldo Rueda Rivera no debe escapar al fenómeno de todos los entrenadores del mundo y, por qué no decirlo, de todos los ciudadanos del planeta. Debe vivir en la incertidumbre y la angustia de la incerteza, de lo impredecible y la duda constante. No sabemos cuándo saldremos y en qué condiciones lo haremos. Triple R, se nos dice, trabaja para una fecha en septiembre, pero también puede ser octubre o noviembre, o quizás derechamente el próximo año.
Don Reinaldo labora, además, sin saber el destino de sus pupilos. No sabe dónde estará Alexis para septiembre o Vidal para el próximo año, si Isla se radicará en Buenos Aires, si Bravo se queda en Inglaterra o se va a Estados Unidos. Y, lo que es peor, no sabe el colombiano si el torneo se habrá reanudado, si las lesiones harán nata, si la regla del Sub 20 se flexibilizará o se endurecerá.
Jamás en la historia la tarea de un seleccionador ha sido fácil. Siempre hay líos con la prensa, con los dirigentes y con los técnicos de los clubes. Y la lógica dicta que te criticarán cuando no hablas, pero más lo harán cuando hablas. Te suplicarán que digas algo para tener claridad, pero cuando lo hagas te caerán encima sin piedad ni olvido, porque de eso se trata el trabajo de un director nacional, y más aún en pandemia.
El problema, el real problema de Reinaldo Rueda Rivera es que sus incertidumbres son mayores que las del resto, porque le aumentaron ahora que sobrevino la crisis definitiva del directorio de Sebastián Moreno. Si a poco andar se había quedado sin el respaldo de Andrés Fazio, cuando la mesa se fue cayendo a pedazos lo suyo fue la soledad absoluta.
Para Rueda, que llegó con Arturo Salah al cargo, soportar un segundo cambio de jefe debe ser un ejercicio complicado, toda vez que los que ahora compiten para el cargo fueron adversarios, rivales antagónicos de su empleador original. Y, al ser consultados sobre la continuidad del entrenador, contestan vagamente, con evasivas. Algo así como “lo primero que haré será sentarme a conversar con él”, pero nada cercano a “tiene todo nuestro respaldo” o “estamos muy contentos con su labor”, que sería más tranquilizante para él, supongo.
Finalmente, el tiempo baldío ha transcurrido para el colombiano dictando charlas internacionales sobre modelos de administración para clubes y selecciones, pero tengo la certeza de que nadie en Chile lo ha llamado para preguntarle cuál sería la mejor manera de separar a la Federación de la ANFP, un proceso que será inevitable y en breve, y que lo afectará en la raíz mismo de su trabajo (tanto, que podría tener otro nuevo jefe). En rigor, tengo la seguridad de que no han llamado a nadie, porque el tema es como una entelequia lejana e improbable para los dueños de los clubes.
Mientras, sobre la selección, lo que necesitamos son respuestas reales, concretas, específicas. Ya no de Rueda, sino de quienes serán sus jefes directos en el futuro. Para definir su continuidad se requiere algo más que ajustes económicos, sino verdades sobre los planes, las prioridades, la forma de los trabajos. Sobre todo de los más jóvenes, que podrían quedar atrapados en una brecha de la que costará salir. Para eso se necesitan respuestas.