La serie “El Presidente”, que es como el partido del momento, termina reconociendo que mucho de lo relatado en los ocho capítulos simplemente no es verdad, sino pura y fértil imaginación, con el gusto y la energía de la ficción: inventos, alteraciones, deformaciones, exageraciones, delirios y así.
Es un cuento narrado por el argentino Julio Grondona desde el Más Allá, porque ya está muerto, y es su voz en off la que relata la historia.
Si otro dirigente, también desde el Más Allá, por ejemplo Joao Havelange, contara la historia, en ese caso le habría sacado o agregado personajes, situaciones y diálogos, porque cada uno le pone a los hechos reales el condimento, la sazón, el hervor y la pimienta que quiera.
¿Dónde están los hechos reales? En ninguna parte. Lo que existe es una ficción —el cuento de Grondona— que solo se parece a otra hipotética ficción —la de Havelange—, y desde acá se desprende una primera conclusión: es imposible conocer la realidad y lo único que cabe es imaginarla de todas las maneras posibles, de donde se suelta una segunda conclusión tan madura como desesperanzadora: no hay manera de cambiar nada y todo seguirá corrupto, podrido y pasando del mismo modo.
El periodismo, por cierto, piensa distinto: cree que es posible escarbar dentro de la realidad, descubrir la verdad, denunciar los hechos y cambiar las cosas.
Y por eso este suplemento, ayer sábado, revisó una parte de lo narrado en la serie y estableció lo que es verdadero y lo que es falso.
El periodismo piensa que es posible alumbrar lo podrido y secar lo corrupto. Nunca ha sido fácil, pero en eso está. En eso se parece a la justicia: tarda, pero llega. Y cuando aún no llega, no hay que desesperarse, simplemente se está demorando.
A Marcelo Bielsa, cuando renunció a la selección chilena, le bastaron un par de semanas para descubrir el talante y el contexto de Sergio Jadue, aunque los dones de Bielsa, ya se sabe, son escasos y poco habituales.
La realidad, sin embargo, también para el entrenador era confusa: “No me fue posible saber quién poseía la autoridad. Yo en un momento pensé que la autoridad la tenía el presidente, después los tres clubes grandes, después el directorio y después figurativamente los 32 clubes”.
Para la serie “El Presidente” hay una autoridad culpable, que como está caída, puede ser despreciada, lapidada y negada las veces que sea necesario: Sergio Jadue, pobre diablo.
¿Qué fue de los grandes diablos?
Esas autoridades están esparcidas en distintas categorías.
Distinguimos a los engañados, sorprendidos, hombres que nunca fueron, cobardones, desaparecidos en acción, mutantes de provincia, fugados por si acaso, callados como tumbas, simpáticos ganapanes, faraones sin pirámide y, en fin, para qué aburrir.
¿Hay algo que los una? Por supuesto que sí: son todos inocentes.