Fueron 8 minutos y 46 segundos. El policía blanco tiene la rodilla sobre el cuello de George Floyd, hombre de color que está en el suelo. Se escucha “I can't breathe” (no puedo respirar). Otros tres policías participan de la detención por el supuesto uso de un billete falso. Floyd muere en el acto, la conmoción nacional es inmediata. Para EE.UU. el barbárico suceso viene cargado de siglos de desigualdad racial, tema hosco de su sociedad. ¡Si hace poco eligió al primer Presidente de color! Por eso, y sin olvidarse del cruel evento, vale la pena poner las cosas en contexto.
Las brechas raciales en el mercado laboral del país del norte ofrecen signos de que algo anda mal. Tomemos por ejemplo hombres entre 28 y 32 años. En promedio, el sueldo por hora de los blancos supera en un 30% el de los afroamericanos. ¿El resultado de diferencias educacionales? La minoría tiene dos veces menos posibilidades de alcanzar la universidad que la contraparte, pero ahí no está la clave. Solo un tercio de la brecha se explica por las diferencias en educación. ¿Conocimientos y habilidades? Tampoco. Incluso una vez que se igualan estas dimensiones, más de la mitad de la brecha salarial queda sin explicación. La situación se repite en otras edades y para mujeres. La discriminación por preferencia —el centro del racismo— no es fácil de detectar, pero la evidencia ha dado pasos claros que la acreditan.
¿Se ha quedado EE.UU. de brazos cruzados? Claro que no. La discriminación positiva existe y se aplica desde 1961. Por ejemplo, las universidades hacen grandes esfuerzos por atraer minorías, lo mismo que mucho empleador. El problema es que son acciones tardías e inefectivas, sobre todo si la igualdad de oportunidades no se garantiza. Aquí entonces la falla. Ya sea por el capital social heredado, el acceso a una deficiente educación o la segregación residencial, la acumulación de desventajas socioeconómicas ya en la adolescencia de los afroamericanos es clara. El actuar del Estado no las repara.
Y todo se amplifica por la creciente desigualdad en los EE.UU. ¿Por qué? Eric Posner ha mostrado que la evidencia no sustenta, como afirma Piketty, que la reducción de los impuestos explique el aumento de la desigualdad observada desde los 70. No, el fenómeno nació de las fuerzas de mercado y la tecnología, que impulsaron el crecimiento, beneficiando por 50 años a generaciones que invirtieron desde chicos en capital humano. Lo mismo, claro, aplanó el progreso de los grupos con menores posibilidades de tal inversión, entre ellos los afroamericanos. Es el costo, ahora acumulado en el tiempo, de no haber asegurado la igualdad de oportunidades desde temprano.
Décadas de acciones de políticas mal enfocadas le significaron al país más rico del planeta dejar a su históricamente relegada minoría fuera de uno de los mayores procesos de creación de riqueza que ha visto la humanidad. Ojalá la trágica muerte de George Floyd promueva cambios. Que impulse la justicia y el progreso futuro de su raza.