Hace pocos días circulaba en las redes sociales un mensaje grabado por el profesor Nuccio Ordine, de la Universidad de Calabria, en el que quiere dar una voz de alarma: “Me inspiran terror los elogios que están propagando estas semanas los cantores de lo virtual, de la enseñanza telemática”. ¿Por qué le inspiran terror? Porque consideran la pandemia del coronavirus como una oportunidad para dar el tan esperado salto adelante y que, gracias al virus, ya no podremos volver a la educación tradicional.
No hay mal que por bien no venga, podrían pensar algunos… Efectivamente, hay un bien en la aceleración del proceso de incorporación de tecnologías educativas por parte de los centros escolares, en general, con notable esfuerzo de los profesores. Sin embargo, el costo que se ha pagado por ahora es alto: la ausencia del encuentro personal que supone todo proceso educativo.
Otro profesor de larga experiencia en aula escribía hace un par de semanas que, si bien tenía muy presente a sus alumnos al verlos a través de una pantalla, no podía dejar de pensar que la imagen (virtual) de alguien (por bueno que sea el servicio de internet) es primeramente la marca de una ausencia y la ausencia se siente más porque siempre es una especie de herida. Ninguna máquina, computador, robot o cíborg, podrá reemplazar jamás el núcleo más profundo de la enseñanza: la relación profesor-alumno, la transmisión de un saber que difícilmente puede ser envasado en una cápsula o ser transmitido a través del ciberespacio en lenguaje binario, porque todo saber auténtico siempre es algo existencial, vital.
En el ámbito educativo escolar, ¿qué nos está dejando en definitiva la pandemia? En estas semanas de educación a distancia, hay a mi juicio algunas conclusiones que se empiezan a hacer cada día más nítidas y que nos pueden ayudar a no olvidarnos de lo esencial de todo proyecto educativo.
Lo primero es la constatación de que el rol de los padres es fundamental e irreemplazable. Parece obvio, pero sin ellos todo el sistema a distancia serviría de poco o nada. Pero esto es verdad no solo para este momento, sino también para tiempos normales. La familia debería ser siempre la primera transmisora de la cultura, el primer lugar para una buena socialización y la piedra angular en la formación de la responsabilidad y los hábitos de trabajo.
El coronavirus también ha puesto a prueba la cohesión de las comunidades educativas. O mejor dicho, si efectivamente son o no comunidades educativas. Cohesión que se demuestra en el espíritu de colaboración colegio-hogar, que debe huir de una mentalidad exclusivamente mercantil o de “cliente-servicio”, sabiendo ambas partes que es una circunstancia difícil, tanto para los papás y alumnos como para los profesores (que en su mayoría también son papás o mamás y tienen hijos “alumnos”).
Particular importancia tiene también la unidad del cuerpo docente, que podrá cumplir con el objetivo de que sus alumnos “aprendan” en la medida en que cada uno de los profesores no trabaje solo y aislado, sino que se sienta parte de un conjunto.
Si antes de la pandemia en un colegio no había una arraigada cultura de trabajo en equipo, si no sabían “jugar de memoria”, ahora, con la modalidad de teletrabajo, ciertamente será más difícil la coordinación y la colaboración y esto se traduce en una dificultad grande para hacer buenas clases online, ya que demandan mucho más esfuerzo en su preparación que una “normal”; y no digamos nada de la evaluación formativa, que es tan valiosa para obtener información sobre el avance de los alumnos como demandante de tiempo.
¿Y qué deja respecto de los alumnos? Por un lado, la necesidad de la responsabilidad que cada estudiante tiene sobre su propio aprendizaje, y por otro, que aunque la enseñanza sea colectiva, el aprendizaje es siempre personal (no aprende un curso, aprende cada alumno). Este punto hace crisis en las actuales circunstancias si la enseñanza del profesor iba dirigida a la “bandada”, al grupo y no al alumno en singular. La escuela es un medio colectivo de educación, pero orientado a cada persona en particular.
El azote de la pandemia está exigiendo al máximo a muchas instituciones estatales y de la sociedad civil. En el caso de la educación primaria y secundaria nos está mostrando, entre otras cosas, los proyectos educativos de cada colegio al desnudo: si eran un pedazo de papel, o bien, una realidad viva y compartida por todos. Que efectivamente sean esto último es el gran salto adelante que esperamos como fruto de estos tiempos difíciles.
Santiago Baraona G.
Director del Colegio Tabancura