Boris Johnson se ha jugado fuerte por su cuestionado asesor principal, y es un mérito que un líder político sea leal hasta las últimas consecuencias con alguien que lo ayudó a encumbrarse hasta el poder. Pero aún más leal y responsable debería ser ante la opinión pública, que confía en que se tomen las decisiones correctas en el momento adecuado.
Al parecer, los británicos no aprueban el hecho de que Dominic Cummings sea protegido por el premier cuando cometió una supuesta transgresión a las normas de confinamiento impuestas por el gobierno. No les gusta la apariencia de que el polémico estratega, artífice del triunfo del Brexit, pueda liberarse de las regulaciones que rigen para todos los ciudadanos, y por eso en las últimas encuestas la aprobación de Johnson ha bajado varios puntos, una caída abrupta que muestra el costo político que ha pagado por su negativa a destituir a Cummings.
La ola de críticas del público, de la prensa, de la oposición laborista e incluso de miembros del Partido Conservador no ha hecho mella, hasta ahora, en la firme decisión del premier. Johnson estaba en el mejor de los mundos políticos desde el referéndum del Brexit, tras lo cual accedió al cargo. Luego vino el covid-19, y su escepticismo sobre la necesidad de medidas severas para controlar la pandemia, al tiempo que se disparaban los contagios y las muertes, pudo costarle popularidad. Pero al enfermarse él mismo y allanarse a tomar las medidas que otros europeos habían impuesto, recuperó su imagen en la percepción ciudadana. Su popularidad subió mientras estuvo hospitalizado.
Hasta el affair Cummings. Todo comenzó el 27 de marzo, cuando el asesor decidió partir al norte de Inglaterra, a dejar a su mujer enferma para pasar el aislamiento con su hijo en el campo de su padre. Estando allá manifestó síntomas del covid, permaneciendo en aislamiento. Johnson lo defiende señalando que no violó las leyes y que la policía no estableció que hubiera cometido delito, sino quizás una falta, y, en todo caso, ningún agente constató lo que ha sido profusamente ventilado ahora en la prensa.
O sea, legalmente no se le investigará, pero, desde el punto de vista político, todos los frentes siguen abiertos, porque ni los medios ni menos el laborismo —además de varios parlamentarios oficialistas— parecen querer dejar atrás el caso que les permite disparar contra un personaje que nunca fue motivo de su aprecio. Arrogante y displicente con los periodistas, Cummings dio una inédita conferencia de prensa en la sede del gobierno, en la que se mostró más humilde, pero no se disculpó ni reconoció haberse equivocado.
Estos episodios en los que prominentes personajes cometen “errores” —los hemos visto por estos días también en Chile— y no reciben una sanción, son percibidos por el público con comprensible malestar. Nadie debe estar por encima de la ley ni de las reglas sanitarias, y en épocas de pandemia, cuando la ciudadanía sufre los rigores de un encierro que afecta muchos aspectos de su vida, incluso la salud mental, las desigualdades de trato son repudiadas con mayor fuerza. Y con toda razón.