Ver y tratar de comentar “The gentlemen” (2020), de Guy Ritchie, da cuenta de los problemas del cine industrial contemporáneo. La cinta se estrenó justo antes de la pandemia, lo que probablemente ayudó a que llegara rápidamente a Netflix. Ritchie es el ejemplo del director que se ha hecho un nombre a partir de filmar todo de manera parecida: sus películas son rápidas, de narraciones que llaman la atención sobre sí mismas, tal como el montaje y los constantes movimientos de cámara, con mucha línea sarcástica y una dirección de arte que pone énfasis en que todo se vea muy bien, con mucha onda, mucho énfasis. Desde “Snatch” (2000) a “The gentlemen”, esa ha sido la dinámica, sin importar mucho si se trata de una película de mafiosos, de Sherlock Holmes (2009) o del Rey Arturo (2017). Lo que importa es la faramalla visual, que, como dicen hoy, se vea cuática. Al lado suyo, Tarantino, de quien Ritchie sin duda bebe, aparece como un director de aliento y proporciones fordianas. Porque el problema de Ritchie es que está más preocupado de parecer astuto, posmoderno, filoso, desprejuiciado o moderno, que de elaborar personajes o darle algún sentido moral a lo que cuenta.
“The gentlemen” muestra la historia de Michael Pearson (Matthew McConaughey), un norteamericano que ha montado un estupendo negocio de cultivo de marihuana en Gran Bretaña. Cuando está a punto de venderlo en 400 millones de dólares, una de sus granjas es asaltada y debe descubrir quién lo ha hecho, ya que un efecto dominó puede amenazar la venta del negocio completo. Ahora, esto lo cuenta un investigador privado (Hugh Grant) a Ray (Charlie Hunnam), la mano derecha de Pearson, porque quiere chantajearlo con información importante. Pero como esta vuelta no basta, lo cuenta como si fuera el guion de una película que quiere vender, lo que le permite exagerar la acción y después corregirla. Cine que se comenta a sí mismo: gran cosa. Pero nada interesante nace de ahí. Es solo un efecto. Otro más. La cinta es una acumulación de efectos. Lo que de verdad importa —personajes, las ansiedades que los mueven, las opciones morales que enfrentan— nunca se hace presente. No se trata solo de que los personajes sean asesinos o manipuladores, desagradables y antipáticos, sino de que la película pretende que uno se interese por ellos. Es muy posible que ni siquiera a Ritchie le interesen sus personajes. La cinta muestra más amor por el diseño de cierta cocina, de una determinada parrilla o por la textura de un traje.
La semana pasada en este cuerpo se escribió sobre el cine clásico, de una forma no muy distinta a como se viene haciendo en esta columna desde el inicio de la cuarentena sanitaria. La impresión que deja la cinta de Ritchie, como gran parte de las películas que se estrenan cada año, es que algo se perdió definitivamente para el cine. Es cierto que hoy solo vemos una fracción del cine que se produjo entre los años 20 y 70, aquellos directores y aquellas películas que han podido sobrevivir mejor el paso del tiempo, una suerte de feliz destilado. También es cierto que las condiciones estructurales y materiales que hicieron posible el cine clásico —el sistema de estudios, el talento que atrajo y cuidó— ya no existen. Con todo, las películas clásicas siguen ahí, cada vez más a la mano, cada vez más fáciles de revisar con cuidado. Hoy se puede, sin gran esfuerzo, ver buena parte de Ford, Hawks, Hitchcock o Lubitsch. Y Ritchie o cualquiera otro de su laya también podría hacerlo. Debería, por lo pronto, revisar a Jacques Tourneur o a Jean-Pierre Melville, si le interesan los bajos fondos, el
film noir, las traiciones cruzadas.
Para eso solo se necesita la disposición a mirar, disfrutar y sorprenderse con la finura de las soluciones, con la profundidad de las observaciones. Quizá se trata de entender que el cine no nació con Scorsese.
The gentlemen
Dirigida por Guy Ritchie
Con Matthew McConaughey, Charlie Hunnam y Hugh Grant.
Estados Unidos y Gran Bretaña, 2020, 113 minutos.