Jesús nos dice, “pero yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré” (Juan 16,7). Si tú tuvieras que explicarle a tu hija o a un amigo que efectivamente convenía, ¿qué dirías? ¿Cómo se refleja esto en tu vida cristiana?
Cuando preparaba esta Solemnidad pensaba que los hombres nos acordamos de Dios —del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo— cuando experimentamos la desproporción. No es el único camino, pero entonces efectivamente nos acordamos de Jesús, del Espíritu Santo o del Padre.
Acudimos a Dios por reacción. Cuando caemos en la cuenta de nuestras limitaciones, nuestras miserias, nuestros errores y horrores, nuestra vida aparece como incompatible con esa llamada a la santidad del bautismo. En ese momento podemos descubrir que la contrición es también un camino de amor, que mis faltas y pecados me pueden llevar a ser más humilde, compasivo, generoso, etc. Mi fragilidad termina siendo parte esencial de mi humanidad que quiere ser redimida.
Pero también podemos acudir a Dios recorriendo un camino contemplativo en medio de las tareas habituales. En definitiva, necesitamos de Dios cuando hacemos propias las altas metas de Dios o, si se quiere, las grandes expectativas que Él tiene de mí. Si nos tomamos en serio las palabras del Señor, salimos de los sueños —buenos deseos— y tratamos de vivirlos de verdad. En cambio, si quiero cumplir con mucha “comprensión de mí mismo” mi vida cristiana, no necesito de Dios, necesito de mi automisericordia. Ahora, si quiero tener iniciativa y amar cada día la voluntad de Dios, todo cambia, porque “Nadie puede decir: Jesús es Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12,3).
Cuando vivo una “cultura cristiana” y asisto “casi todos los años” al Miércoles de Ceniza y consigo una buena merluza para el Viernes Santo, entonces tampoco necesito del Espíritu Santo.
Si en una pandemia aporto con un poco de comida no perecible y la próxima muestra de mi generosidad será para otra catástrofe, no necesito del Espíritu Santo. Los no creyentes también lo pueden hacer.
Para acompañar un Rosario en un funeral y rezar “casi siempre” un denario en el Mes de María, no necesito del Espíritu Santo.
En cambio, tener iniciativa en el amor a Dios: ponerse metas altas en el matrimonio, en la educación de los hijos, en la generosidad con los más pobres o necesitados, en querer ser santo y no bueno, este sí que es un camino apasionante, lleno de libertad, el que han recorrido los que están en los altares, que llena de alegría y transforma a los demás.
La secuencia que se reza hoy antes del evangelio resume lo anterior: “Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno” Secuencia.
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros”.
(Jn. 14, 15-16)