Esto es producto del ocio, que en parte atribuyo a la pandemia, así que premunido de lupa y con acercamiento electrónico, después de detener la imagen en el televisor, intenté leer el lomo de alguno de los libros que aparecen a espaldas de los entrevistadores y entrevistados.
No sé si para adorno o lectura, de seguro ambas cosas, porque es buena la lectura, pero qué nobles se ven cerrados y ordenados. Muchas veces son mejores así, antes que abiertos y leídos.
Al escudriñar los estantes de las periodistas que conducen desde sus hogares, algo curioso: no me topé con Tom Wolfe o Joaquín Edwards Bello, en cambio, de manera reiterada, detecté un título reciente:
Weona, tu podí, de Carmen Castillo. Dicho texto, en lo personal, me gustó y sirvió.
Vislumbro en la biblioteca de Giorgio Jackson dos obras: Teo-antropología de la donación y
La vida secreta de los números.
Después de un cerco de pitosporos y al fondo, en el living del doctor Enrique Paris, una novela de Robert Bloch:
El hombre que se parecía a Napoleón.
Extrañeza me produce lo que creo ver sobre el hombro de la exministra Marcela Cubillos, es una obra de Philip Roth:
Me casé con un comunista.
Es una época sin certezas y mi labor de microscopio llama al error, pero la curiosidad sumada al ocio son imbatibles.
En un aparador del diputado Guillermo Ramírez, algo lírico:
Antología esencial: la poesía del siglo XX en Venezuela, y algo bélico:
The U.S. Invasion of Grenada de Philip Kukielski.
Sobre un mueble de José Antonio Kast descubro del autor Alfred Henry Lewis: Cómo llegó a cheyenne, mr. Hitchcock.
Tras Izkia Siches, la novela de Erling Jepsen:
El arte de llorar a coro.
Y a espaldas de Heraldo Muñoz, un título de Juan José Millás:
No mires debajo de la cama.
Entre los textos de Ricardo Lagos Weber, no sé si libro o acaso tesis: Cuándo, cómo y dónde pagar las contribuciones en la V Región.
En un excompañero del Frente Amplio, el diputado Renato Garín, vislumbro un lomo:
El hombre que estaba rodeado de idiotas del sueco Thomas Erikson.
Entre los textos de la exministra Soledad Alvear creí ver
Aprender a tejer con crochet y comprendí la conexión de Jorge Burgos con Ignacio Walker. A espaldas de uno:
Detén el destino y Prometida a la fuerza; y del otro:
Odiosa esclavitud y Me casan con él. Novelas melodramáticas de Corín Tellado, que revelan la tormenta de ideas que los azota por igual.
En la biblioteca de Pablo Lorenzini, un policial de Cornell Woolrich:
El hombre que fue a su entierro.
En una repisa de Rodolfo Carter: De
cómo me convertí en alcalde y cambié el mundo, del islandés Jón Gnarr.
En un estante, ahora de Karol Cariola:
Caos. Nadie puede decirte quién sos, de la psicóloga argentina Magalí Tajes. Autoayuda, evidentemente.
Esta es una época borrosa, así que insisto: es más lo que creo que lo que vi.
Se me olvidaba un libro a espaldas de Mario Desbordes:
Las mentiras que nos unen, del filósofo Kwane Anthony Appiah, que me parece muy apropiado para buscar la necesaria unidad. Es más fácil que encontrar las verdades.