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Editorial
Martes 26 de mayo de 2020
La fórmula uruguaya
Sin cuarentenas, aparece hasta ahora como un caso exitoso de control de la pandemia.
El gobierno de Luis Lacalle Pou no quiere ser triunfalista, a pesar de que Uruguay exhibe —al menos hasta el momento— resultados especialmente destacados en los esfuerzos por controlar el avance del coronavirus. Prefiere la cautela y mantener las alertas encendidas para evitar que una falsa sensación de tranquilidad haga que la gente se relaje y se disparen los contagios. Hasta ahora, solo lamentan 22 muertes y 769 contagiados, con una tasa de reproducción del virus de solo 0,8 contagios por persona infectada, la más baja de Sudamérica.
Uruguay cerró sus fronteras poco después que se detectara el primer caso, el 13 de marzo; se suspendieron las clases y se recomendó quedarse en casa, sin implementar una cuarentena obligatoria. Lacalle apeló a “la libertad responsable”, enfatizando la importancia que le da su gobierno al respeto de los derechos individuales. Obedientes, los uruguayos siguieron las instrucciones y evitaron los contactos, algo que se ve favorecido por la baja densidad poblacional.
Se considera que el sistema de salud integrado, la amplia red de agua potable y alcantarillado y una capacidad alta de hacer pruebas han sido claves. Se realizan, en efecto, unas 10 pruebas por mil habitantes, según Our world in data, de la Universidad de Oxford, que pone a Chile por encima, con 20 test por mil habitantes. Esto ha permitido detectar y aislar los focos.
Sin embargo, ser vecino de Brasil, el segundo país en número de contagiados a nivel mundial, supone un riesgo que preocupa al gobierno. Ayer el Presidente viajó a una ciudad fronteriza donde el fin de semana se produjeron dos muertes y se detectaron varios nuevos casos. En esa localidad, como en otras que colindan con Brasil, se han impuesto medidas sanitarias más estrictas, limitándose la circulación hacia otras regiones.
En coordinación con su colega brasileño, Lacalle puso en vigor un acuerdo binacional que permite mayor vigilancia, con controles militares y barreras sanitarias, sin cerrar la frontera ni el fluido comercio de la zona. Habrá que observar cómo evoluciona la pandemia en estas localidades, pues el país tiene sus fronteras cerradas con el resto del mundo, pero abiertas en estos puntos estratégicos al principal foco infeccioso de la región.
Mientras el éxito para controlar el coronavirus enorgullece a los uruguayos, cunde la preocupación por la economía. La inflación aumenta, llegando al 10 por ciento, mientras el desempleo también ha subido. Las exportaciones tuvieron una reducción importante en abril, 22 por ciento, lo que golpea fuerte a una economía volcada al exterior. La demanda interna también se ha reducido. El FMI pronostica una caída del PIB de tres por ciento, menor que el promedio latinoamericano de -5,2 por ciento.
Sin horizonte cercano para abrir el país —Lacalle ha dicho que en el mejor escenario las restricciones fronterizas se levantarían en octubre, si no diciembre o a la vuelta del verano de 2021—, sectores como el turismo seguirán muy golpeados. Las medidas paliativas —subsidios a sectores vulnerables, laxitud para pago de impuestos, acceso a créditos blandos, entre otras, así como rebaja de sueldos de altos funcionarios— quizás no sean suficientes para mantener a flote la economía de un país que, como Suecia, ha evitado ordenar cuarentena, pero sufre los mismos severos efectos de la semiparalización de las actividades productivas.