Este es precisamente el centro de esta fiesta que celebramos. Al resucitar, Cristo entra a la gloria del Padre e inicia una nueva presencia entre nosotros. Esto el “mundo” no lo entiende, no lo ve. Pero nosotros, los cristianos, tenemos la profunda certeza de que el Señor sí está con nosotros.
Y en este tiempo tan especial que estamos viviendo, podemos aportar con esa mirada de fe, para descubrir la presencia de Dios actuante en nuestras vidas. ¿Dónde ver a Dios hoy?
Tras la Pascua aprendimos que Jesús resucitado se revela con una nueva identidad. Al comienzo, los discípulos cuando lo ven no tienen claridad si es él o no. Es cuando les muestra las llagas en sus manos cuando se dan cuenta que verdaderamente es el Señor. Por eso hoy encontramos a Cristo en su obra que es continuada por la Iglesia y también por tantas personas de buena voluntad que buscan transformar el mundo a través del amor y el servicio. Esas obras nos revelan el rostro misericordioso de nuestro Dios.
Pienso en los equipos médicos que hoy acompañan a los enfermos arriesgando sus propias vidas, pienso también en los voluntarios que en tantos lugares buscan cómo llegar con ayuda a las familias que lo están pasando más mal. Todos ellos son las manos de Cristo, signo de su nueva presencia entre nosotros.
Pero también los discípulos reconocen al Resucitado cuando les muestra su costado herido. Pienso en los enfermos, en los ancianos, en los que hoy están más solos, en los más desposeídos… Ellos nos muestran ese costado herido del Señor, y nos revelan el verdadero rostro compasivo de nuestro Dios. Son para nosotros un signo visible de esa nueva presencia del Señor. Acercarnos a ellos, acompañarlos, escucharlos o ayudarlos… es hacerlo al mismo Cristo.
Otro lugar donde los discípulos reconocen a Jesús resucitado es cuando parten juntos el pan. Es la celebración de la Santa Misa. Desde el primer momento, los cristianos tenemos la certeza de que en ella Jesús está verdaderamente con nosotros: su presencia es real y sacramental. Hoy sentimos una profunda carencia al no poder compartir esta celebración, pues el Señor está presente en la comunidad eucarística. Pero los medios virtuales nos permiten experimentar de alguna forma esa comunión entre nosotros, que es verdadera presencia del Resucitado. Ya vendrá el tiempo en que podamos reencontrarnos a “partir y compartir el pan” eucarístico.
Pero todavía hay más. La oración es también presencia del Señor en nuestras vidas. Cuando oramos con la Palabra de Dios, o cuando entramos en lo profundo del corazón a través del silencio, nos damos cuenta de que no es solo que Dios esté cerca nuestro, sino que habita en nuestro interior. Al hacer silencio nos damos cuenta de que estamos llenos de Dios.
Todo lo anterior nos permite una nueva mirada a lo que nos sucede hoy. Porque hay muchas formas de ver la situación actual.
Estamos llenos de carencias, de errores, de desigualdades, de dolor, de distanciamientos… Eso es cierto y pueden haber muchas razones para reclamar. Pero también es cierto que está en cada uno de nosotros decidir cómo queremos vivir este tiempo y cómo queremos ver y vivir la realidad. Como cristianos, la invitación es a ver que este tiempo, con todas sus carencias y dificultades, está lleno de la presencia de Dios. El cumple su promesa de no dejarnos solos y estar con nosotros para siempre.
“Jesús les dijo: ‘(...) Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos'”.
(Mt. 28, 18-20)