El progreso de la humanidad en las últimas décadas no ha tenido precedente, por su paso acelerado y población beneficiada. Miles de millones salieron de la miseria y una mejor calidad de vida y disponibilidad de bienes fueron posibles para las grandes mayorías.
No han faltado voces, ni en el mundo ni en Chile, que resaltando sus aspectos negativos, ya sea reales o figurados, intentan desmerecer ese progreso para promover, vistiéndolas de un ropaje nuevo, utopías políticas o económicas fracasadas.
Pero el solo hecho que exista una parte de la población sensible a los argumentos de que han sido postergados indica que la sociedad entera está en un proceso de cambio y avance. Por milenios, el estancamiento fue la norma y la esperanza no existía. Más aún, cuando el progreso se detiene, como en el último gobierno de la presidenta Bachelet, los anhelos frustrados son un caldo de cultivo para la inquietud social. El país vio cómo esa inquietud fue canalizada hacia el desorden y la violencia a fines del año pasado.
Hace unos pocos meses, frente a la aparición del coronavirus en China, las distintas sociedades en el mundo adoptaron medidas de confinamiento, en algunos casos extremas. Esto fue potenciado por el comportamiento de los individuos que, reaccionando con temor ante un peligro desconocido, ha precipitado al mundo a la peor recesión de los últimos 80 años.
Si utilizamos la variación trimestral anualizada y corregida por estacionalidad, que otorga una medida de la velocidad en que están sucediendo los cambios, en el primer trimestre del año 2020 la economía mundial se contrajo a un ritmo cercano al 15%, el doble de la caída de la crisis del 2008.
China se está recuperando en forma notable a una tasa de más del 40% en el segundo trimestre, sin embargo, el resto del mundo experimenta caídas sin precedentes. La producción industrial en Estados Unidos muestra el peor registro de su serie, que incluye la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. El desempleo en ese país se acerca al sufrido en los años 30.
El desplome del mercado laboral ocurrió en pocas semanas, ya que pocos días atrás la tasa de desempleo era la más baja que se había conocido en décadas. En Europa, con caídas de producto similares, las tasas no han aumentado más de 1 o 2 puntos. La diferencia se debe a la mayor flexibilidad laboral en Norteamérica que, si bien le permite liderar los cambios tecnológicos adoptándolos rápidamente para mejorar su nivel de vida, produce como contracara un mayor impacto en el corto plazo.
Es posible proyectar que, para el mundo, el trimestre actual será aún peor que el recién pasado y que la economía mundial podría caer a un ritmo de 20%, siempre medido a ritmo anual desestacionalizado. En Chile se vivió un primer trimestre de estancamiento y no es descartable que el Imacec de abril presente una caída de entre un 7% y un 9%, y de más de un 10% en el mes de mayo, dado el confinamiento vigente en la Región Metropolitana.
En el pasado, cuando se han visto caídas similares, como fue en el caso de década de los años 30, la esperanza de progreso se esfumó por muchos años. En Latinoamérica la situación es aún más grave, pues lleva prácticamente un siglo en que sus esperanzas se han frustrado permanentemente. El costo en vidas humanas y en la calidad de estas ha sido inconmensurable.
A pesar de que China esté lejos de tener todo resuelto, su gobierno por primera vez optó por no establecer una meta de crecimiento este año; la sorprendente recuperación que se visualiza para este trimestre es un signo alentador. Indica que es posible dejar atrás en poco tiempo lo peor de la crisis actual.
Sin embargo, en occidente ello no es tan simple. Existe un sector político que percibe que existe una oportunidad para precipitar el fin de lo que estiman es un modelo injusto de sociedad. No tienen más propuestas que las mismas utopías ya fracasadas, pero la posibilidad de alcanzar el poder los embarga.
En distintas latitudes, desde los miembros antisistema del Partido Demócrata en Estados Unidos, hasta el espectro de la oposición chilena que no condena la violencia, se constata un mensaje similar. Defienden el confinamiento extremo y ante la imposibilidad de muchos de sobrevivir en esas condiciones, postulan que el gobierno incorpore a la mayoría de la población en su planilla de remuneraciones. Saben que es una ilusión, que el gobierno no produce bienes, sino que solo los transfiere y la sociedad paralizada no genera riqueza ni bienes que se puedan transferir. Pero un posible colapso del aparato productivo y la población dependiendo del poder político les facilitarían su sueño de destruir lo existente. No importa el costo frente a la posibilidad de perseguir su utopía. El expresidente Lula debió disculparse por haber expresado que debíamos agradecer al coronavirus, ya que a su juicio, nos estaba mostrando lo importante que era tener un Estado grande y poderoso.
Las democracias occidentales no solo deben superar esa oposición extrema, que en Chile no duda en recurrir a la violencia. Si bien la epidemia que afecta al mundo afortunadamente no es de la letalidad del ébola o la gripe aviar, sí impacta con fuerza a algunos grupos vulnerables. Por ejemplo, en Nueva York, donde se cometió el error por parte de la autoridad de forzar a los hogares de ancianos a recibir huéspedes sin poder descartar que estuvieran afectados por el virus, la enfermedad ha causado estragos.
Mientras no se disponga de vacunas o mejores tratamientos —lo que afortunadamente se ve posible, aunque no en lo inmediato—, las decisiones que se deben adoptar son complejas y no existe información ni conocimiento que permitan saber con certeza cuál es el camino más adecuado.
Perú es el país sudamericano con el confinamiento más estricto y a Brasil se le sindica que ha sido demasiado permisivo. Sin embargo, en relación con su población, la letalidad es similar.
Manaos y Guayaquil, ubicados en plena zona tropical, donde algunos pensaban que el virus sería menos agresivo, han sido impactados con fuerza, y especialmente el último ha sufrido el peor impacto del continente. La época de lluvias y los hospitales como centro de contagio parecen haber sido un factor relevante para explicar lo sucedido.
Argentina lleva un largo período de confinamiento estricto, mientras su vecino Uruguay ha confiado más en la decisión voluntaria de sus ciudadanos. Los resultados a la fecha en términos de población son similares, incluso algo favorables a este último.
Tampoco han ayudado mucho las proyecciones de los expertos. El modelo más difundido ha sido el del Imperial College, liderado por Neil Ferguson, que entregaba valores muy elevados de mortalidad para Gran Bretaña y Estados Unidos. Proponía, en consecuencia, confinamientos extremos por muchos meses. Al igual de lo que sucedió hace años con sus proyecciones del efecto de la llamada enfermedad de la “vaca loca”, sus números iniciales, que influyeron en forma determinante en las decisiones de muchos países, estaban exagerados. Más tarde, él mismo los corrigió a la baja. Cuando entregó los detalles del programa computacional que respalda sus vaticinios, quedó claro que es un modelo antiguo, poco confiable, que da resultados diferentes según el computador en que se procesa y que utiliza un lenguaje hoy en desuso. La peor ironía es que el señor Ferguson, defensor acérrimo de confinar obligatoriamente a toda la sociedad, debió renunciar a su cargo de asesor en el gobierno inglés, por quebrar la cuarentena para poder encontrarse con su novia.
A pesar de todas las dificultades descritas, ya existen diversas experiencias —Suecia, Alemania, diferentes estados de Estados Unidos, países en Asia, etc.— que dan una pauta para encontrar soluciones al dilema actual: convivir con el virus, mientras no existan vacunas ni tratamientos, evitando el colapso económico.
El daño al aparato productivo y a la solvencia de millones de hogares ha sido muy grande. Afortunadamente las medidas para proveer liquidez, respaldar la solvencia y apoyar a los grupos vulnerables en sus necesidades mínimas han sido en general oportunas y contundentes, lo que es un paliativo siempre y cuando la emergencia no se prolongue por mucho tiempo.
Las heridas son profundas y tendrán efectos de largo plazo, pero también existe una oportunidad para que las empresas y consumidores adopten más rápidamente las nuevas tecnologías que ya estaban disponibles.
Si se confirma el camino de desenvolverse como sociedad a pesar del virus, senda que ya inició China y que Estados Unidos y Europa empezaron estos días a transitar, la recuperación que se observa en el primer país debiera replicarse en el resto del mundo en los próximos meses.
De ser así, en el segundo semestre podríamos ver una expansión equivalente a un 22% a ritmo anual desestacionalizado. Aun así, a fines de año no se recuperaría lo perdido y mirando el 2020 completo, observaríamos que la economía mundial habría caído alrededor de un 4%.
Chile podría tener una trayectoria similar, recuperándose el segundo semestre y con una caída anual de 3% a 4%. Desafortunadamente, el país tiene un problema adicional, dado que hace ya un tiempo su avance se había detenido y los anhelos incumplidos generaron frustración. Necesita reencontrar una ruta de progreso que vuelva a llenar de esperanzas a la ciudadanía. La pandemia y su impacto y la violencia aún latente hacen más difícil la tarea. Solo el tiempo dirá si estuvo a la altura del desafío que enfrenta.