Le creo a la ex Presidenta Bachelet. Le creo cuando dice que “sobre su cadáver” volvería a competir en una campaña presidencial.
Y es que ver el mundo y la vida desde Ginebra —donde reside— debe dar una perspectiva única.
Ginebra es la tercera ciudad con más alta calidad de vida del mundo, solo superada por Viena y Zúrich. Es el centro financiero mundial y sede de la mayor cantidad de organismos internacionales. Le llaman la capital de la paz. Pero como nada puede ser perfecto, tiene un problema: es una de las urbes más caras del mundo.
Pero a una altísima funcionaria de Naciones Unidas eso no debiese angustiarle.
El punto es que desde Ginebra la ex Presidenta ha podido observar la política chilena con la distancia suficiente como para distinguir con claridad los fenómenos más resaltantes de nuestra contingencia. Las grandezas y las miserias.
Ha visto, por ejemplo, cómo la política local se convirtió en una actividad doméstica, matutina, de matinal, donde los protagonistas son los alcaldes, que más parecen alcaides, porque solo parecen querer que las personas estén encerradas para luego ellos llevarles un poco de comida a la puerta de sus lugares de confinamiento.
Supongo que su mayor dolor, sin embargo, debe ser constatar el estado en que se encuentra su sector político, su mundo, que cayó derrotado en la última elección presidencial y aún camina errante entre crisis y crisis.
El jueves 21 de mayo, casi a la misma hora en que se recordaba el hundimiento de la corbeta “Esmeralda”, Bachelet participaba vía streaming de una “conversa” con sus partidarios, excolaboradores y funcionarios de su fundación. Cuando terminaba la conversa, sus incondicionales no se aguantaron más y le hicieron la pregunta del trillón: ¿no le tincaría volver a Chile e ir a por Bachelet 3?
Yo miraba en vivo todo esto. Y lo que vino a continuación fue una de las cosas más impactantes que he visto en política en los últimos días (no puedo decir semanas, ni meses, porque por Dios que han pasado cosas rudas en el último tiempo). La ex Presidenta, como si fuese el Huáscar y estuviese sufriendo un “abordaje” masivo; o se tratase de una leona atacada por una jauría de hienas; o una Winnie de Pooh acosada por abejas tras darle un manotazo a la miel, dio una brusca maniobra elusiva.
—“Sobre mi cadáver”, dijo. Y luego insistió, más fuerte y más claro: “sobre mi cadáver”, por si a alguien se le había pegado internet y no escuchó con nitidez esas tres palabras.
Ahí las cosas ya estaban feas, pero faltaba la estocada final, la más letal: “No puede ser que porque no haya nadie más, la misma señora que ya estuvo dos veces vuelva a montarse otra vez. Yo creo que eso no le hace bien a la democracia. Creo en la necesidad de diferentes liderazgos. Hay que hacer esa pega, hay que asegurar que haya líderes. No que como hay un único árbol parado, todos se suban arriba del árbol”, remató Michelle Bachelet.
Seguramente se imaginó a sí misma como ese árbol, que tendría que ser del tamaño de un baobab para satisfacer la demanda, con miles de seres encaramados, disfrutando de la sombra, de la fruta, de la rama frondosa y mullida, como protozoos alimentándose de ella, el organismo huésped.
Sorry, pero le creo a Bachelet: no vuelve nica.