La gente del CDF, con ánimo arqueológico y vocación museística, pulió y exhibió las imágenes en blanco y negro de la selección de Chile, durante los mundiales de 1962 y 1966.
También incorporó relatos actualizados, donde siempre cabe la curiosidad, y así a Alberto Fouillioux se le pronuncia como “Fullú”, que es lo tradicional, en la derrota con Italia por 2 a 0 en Inglaterra, pero para el empate a 1 con Corea del Norte, el relator, acaso por un afán de corrección extrema, lo convierte en “Fullúcs”, en el intento de pronunciar la “x” a como dé lugar.
Si Honorino Landa hubiera andado con el gol entre las cejas, otro gallo habría cantado el 66 y quizás el 62. Y tampoco es que haya querido pasarse a los coreanos del norte de a uno por uno, en realidad quería pasarse a los del sur y todo el mundo uno por uno, pero en este caso no se precisa adorno, sino verlo venir: a los 63 minutos se pasó a uno, quedó solo en el área chica y le pegó un derechazo malo y chueco.
El segundo gol de la URSS, también en 1966, merece figurar entre los goles tontos y típicos que ha sufrido Chile, con jugadores que se nublan, pierden la concentración por instantes —que son los fatales— y se mantienen indecisos, flotantes y paveando. En vez de tensos y enfocados.
Sacó Anzor Kavazashvili, el portero, desde el centro de su área, un saque alto que luego dio un bote largo, para que un delantero llegara a un tiro que se convirtió en pase, la levantó y gol. El equipo chileno, en ese momento negro, se convirtió en espectador.
¿Ha sucedido otras veces? Sí.
¿Seguirá ocurriendo? Sí.
La selección, en 1962, derrotó a un equipo que no existe, porque su país desapareció.
Y en 1966 perdió con un país que desapareció y cuya selección tampoco existe.
Chile y su selección permanecen.
No es poco.
En esos partidos hay sombras que juegan, algunos son el nombre de alguna tribuna, la mayoría pasó de largo y los que quedan son una suerte de tesoros humanos que mantienen en su memoria el pasado viviente.
En las entrevistas del CDF a los protagonistas de entonces —Juan Olivares, Humberto Cruz o Elías Figueroa— se adivina lo que alguna institución universitaria debería hacer, con la urgencia y respeto que ese conocimiento merece.
Descartemos a la ANFP que siempre está en otra y vive en torno a la caja chica.
Entrevistarlos con método, largueza y profundidad. Con distancia para separar el mito de la realidad, aplacar el orgullo, despreciar la vanidad e ir en busca de un corpus de conocimiento con disciplina, contraste y recopilación.
¿Cuál es la costumbre nacional?
Esperar que alguno se muera, para que aparezcan los recuerdos y elogios del coro habitual, con pétalos por la urna, llantos de viejas y la emoción sincera de algún antiguo crack.
¿Qué se necesita?
Rescatar la historia oral del fútbol chileno.