La democracia implica aceptar al vencedor, aunque no nos guste. Y tomar en cuenta —siempre— que los que votan son los que deciden. Puede, en el ejercicio, que no estemos de acuerdo con la opinión de la mayoría, pero tendremos que acatarla, sobre todo cuando en esa democracia no tenemos participación, ni voz, ni derecho a sufragio.
En el fútbol chileno, para reducir el tema a lo que nos importa, el ejercicio de la democracia ha sido discutible en el último tiempo. Nos ha parecido, desde afuera, que se tomaron decisiones equivocadas, porque los votantes son apenas 32, tienen ponderación, hacen sus asambleas en secreto y, como han recalcado en los últimos días, se ocupan de su negocio, que no suele tener los mismos propósitos que a los que aspiran los hinchas o el periodismo.
Los mismos que eligieron a Sebastián Moreno como un presidente de continuidad, han decidido defenestrarlo con métodos muy duros. Es verdad que el timonel demostró poco liderazgo y carisma, y es aún más cierto que vio pasar inmutable la crisis del estallido social, la rebelión de los seleccionados, la extorsión de las barras bravas y la explosión del coronavirus, pero también es cierto que Moreno —por voluntad propia y de sus aliados— jamás gobernó acompañado y la imagen final es desoladora. Pese a las advertencias, terminó solo con Marcos Kaplún a su lado, por su pertinaz costumbre de dejar decantar las cosas hasta la abulia y la negación.
Por las mismas razones antes expuestas, no está claro qué pretenden los propulsores del abrupto cambio. No se sabe qué tipo de liderazgo buscan ni con qué propósitos. No hubo en las últimas elecciones programa alguno, y los candidatos, más que mostrarse, se han escondido. Juan Tagle, de la UC, surge con alternativa por su buena gestión, pero la tarea es titánica; su club jamás ha logrado ungir a un presidente de la ANFP, pese a los esfuerzos en la época de Alfonso Swett y Jorge O'Ryan, quien incluso fue candidato. Lo de los cruzados apenas dio para la Federación, en los tiempos de Dittborn y Goñi, en cargos casi diplomáticos.
El nuevo liderazgo del organismo está dado ahora por los “profesionales del fútbol”, o sea, propietarios que impulsan la gestión desde la optimización de los recursos, con poco anclaje en la historia de las instituciones o las opiniones del hincha. Victoriano Cerda, Felipe Muñoz, Raúl Delgado, Christian Bragarnik, Lorenzo Antillo y Patrick Kiblisky son nombres que la masa aficionada no conoce mayormente, pero tienen las redes necesarias para poner y sacar presidentes (quedó demostrado en los hechos recientes) y, además, para establecer frentes de acción común, por lo que su decisión en bloque será vital en el futuro próximo de Quilín.
Sería vano aspirar a que hubiera un programa, candidatos llanos al debate, propuestas concretas sobre los principales problemas de la industria, una postura frente a la autoridad. Lo más probable es que se discuta y defina a puertas cerradas, que se vote de la misma manera y que el destino quede entregado, una vez más, al delicado equilibrio donde se balancean una industria que requiere de renovaciones profundas y un statu quo que supone no variar el actual reparto de los recursos fijos, que es el gran —y a veces único— desafío de la mayoría del Consejo, ese organismo cerrado que toma sus propias decisiones. Y que jamás actuará en contra de sus propios intereses, aunque nos parezca tan dramáticamente injusto.