Los dirigentes de la ANFP están destinados a vivir bajo el gobierno de alguien que se parezca a ellos.
He ahí el problema.
Si le pasó a Julio César, cómo no le iba a ocurrir a Sebastián Moreno.
Al César, cuenta William Shakespeare en su obra teatral, le sacaron un peso de encima y por eso acabaron con él. Le hicieron un favor, porque le abreviaron el tiempo del temor frente a la muerte.
Los que van a matar te saludan, cuando son gladiadores, y te lo explican, cuando son senadores.
Al César le pasó lo que le pasó, porque los súbditos lo amaban y por algo lo habían ungido, pero resulta que más querían a Roma y ninguno era tan vil como para no amar al imperio o al fútbol nacional, que están por encima de todas las cosas.
En la antigua Roma, entonces, sigamos con una advertencia de Shakespeare: “Si no eres inmortal, vela por ti”.
En la ANFP algunos portan voto y velón y todos voz y vela en los nacimientos y también en los entierros de sus pares, que de un día para otro se transforman en impares. Están acostumbrados a esos rituales y se manejan con la experiencia de los dirigentes con sentimientos mutantes, lealtades cambiantes y de más está decir que es un territorio sin culpas y por lo tanto carente de culpables.
En el fútbol, como en Roma, las cosas son como son.
¿Y Sergio Jadue? Fue un ave rara, un solitario desconocido y la excepción que confirma la regla: eligió el lado oscuro y la deshonra. ¿Cuál es la regla? Que el resto son lo contrario.
Lo son desde cuando no pudieron coronar a Jorge Segovia y de rebote entró alguien de su lista: Sergio Jadue. “Un triunfo de la democracia sobre el oscurantismo”, señaló el primero. Al segundo lo reeligieron de forma casi unánime: 29 a favor, dos en blanco, un nulo y nadie en contra. Jaime Baeza estuvo de subrogante cuando a Jadue le aceptaron la renuncia, esta vez de manera unánime, cómo no. Después vino Arturo Salah, Sebastián Moreno es un presidente muerto caminando y vendrán los que vendrán.
El César pedía rodearse de nobles robustos y de poca cabeza que de noche dormían bien, porque los otros, esos flacos, enjutos y hambrientos, eran peligrosos y pensaban demasiado.
Ligario, Casca, Cina, Bruto, Decio, Trebonio, Metelo y Casio, eran de esa clase, de los que rodeaban al César desde lugares privilegiados y aposentos reversados, idealmente butacas cómodas con mango y acaso un hoyito para algún vaso de agua mineral, con o sin gas.
Eran del triunvirato, del senado, adivinos viejos, mensajeros vivos y no faltan los recién llegados. Altos tribunos de la alta tribuna. Lejos de la chusma que vitorea con sus callosas manos y lanza gorros mugrientos y aliento pestífero, siempre en la antigua Roma y según las palabras y el drama del escritor inglés.
¿Qué más se puede decir?
Amigos, chilenos, compatriotas, presten atención.
Esta la obra de los hombres honorables.