Gente en las sombras, última novela de Jaime Collyer, es varias cosas a la vez: una indagación en nuestro pasado reciente y su legado; una trama que reúne a varios actores, en especial a tres, que participan desde el comienzo al fin del relato; una serie de voces que tal como lo indica el nombre del tomo, permanecen en la oscuridad, sea la de los culpables, sea la de los afectados; en suma, el retrato de un país donde poco se ha aclarado y mucho continúa en lo desconocido. Collyer es, desde luego, uno de los grandes prosistas chilenos actuales y ha practicado con éxito el cuento, la novela, el ensayo: en cada una de estas incursiones, destaca por un humor fuera de lo común, una sofisticación infrecuente, un estilo desenvuelto, elegante, que se solaza en la paradoja, el tono satírico o la tomadura de pelo.

Sin embargo, nada nos tenía preparados para Gente en las sombras, quizá su mejor título hasta hoy. Es preciso destacar diversos aspectos que plantea su lectura antes de referirse al terrible contenido de la obra. Lo habitual que uno espera de este autor es el tono civilizado, la diversión refinada, la graciosa ironía que despliega, sobre todo en el género breve. No es que esos rasgos estén ausentes en este volumen, pero la diferencia es que aquí sirven otro propósito. Digámoslo de una vez: se necesita mucho coraje, mucha inteligencia, mucha conciencia estética y política para concebir una historia como la que se narra en Gente en las sombras. En una época en que la mayoría de nuestros autores y autoras se hallan sumidos en el minimalismo, el egocentrismo —por no decir el ombliguismo—, la experimentación un tanto vana o un sospechoso escapismo, Collyer ha escogido centrarse en la herida abierta que dejó la dictadura y en la forma, individual y colectiva, mediante la cual se ha enfrentado tal legado.

La trama envuelve a tres caracteres principales: Efraín Prada, un excoronel del Ejército a cargo de un recinto de torturas y ocultamiento de personas que, en estas páginas, se denomina “Campo D”; Svetlana Braun, arquitecta a cargo de la remodelación de ese lugar como un memorial para las víctimas, y Álvaro Larrondo, historiador con ciertas —y justificadas— ínfulas literarias, quien está empeñado en componer un ejemplar que revelará detalladamente la trayectoria del “Campo D”. Gente en las sombras principia describiendo sumariamente el atentado en contra de Prada, que lo deja sumido en estado vegetal. Poco antes, el militar había anunciado que publicaría sus memorias, hecho que provoca expectación, si bien ellas nunca vieron la luz. Svetlana, por su parte, es hija de una víctima de la represión, por lo que, en lugar de ejercer su profesión, digamos, de modo liberal, se siente intelectual y visceralmente comprometida con el proyecto. Larrondo tiene por delante una tarea un tanto más compleja: conocer y entrevistar a Prada; trabar conocimiento con quienes pasaron por el “Campo D”; asistir a eventos literarios, en los que se le rinden inesperados homenajes por haber creado lo que se llama “un libro de culto”, en fin, investigar, poner en orden sus papeles, ir de un lado para otro, en ciertas oportunidades sin tener en claro por qué o para qué.

Por supuesto, hallaremos lo mismo de siempre, sobre todo en Prada, quien, como tantísimos de sus colegas, se limitan a declarar que solo cumplieron órdenes. O que libraron al país del caos en el que estaba sumido cuando, según ellos, todo se hallaba patas arriba. En relación con este punto controvertido, Collyer, por medio de Larrondo, hace un paralelo con los campos de concentración nazis, en particular el de Sachsenhausen, en las cercanías de Berlín, que Larrondo visita e incluso va aún mas lejos, pues evoca el juicio a Adolf Eichmann en Israel, otro verdugo que esgrimió el principio de obediencia debida. Tal vez poner a Eichmann junto a Prada pueda parecer exagerado. Con todo, Larrondo efectúa un distingo fundamental entre ambos: mientras el primero se presenta cual funcionario eficaz que entrega cifras, estadísticas o fechas, el segundo se ve dicharachero, bromista, en posesión de sí mismo, encantado de colaborar en la preparación de un texto donde él será una de las estrellas.

En definitiva, como toda crónica literaria de esta índole que se respete, Gente en las sombras deja demasiadas preguntas sin responder, muchas zonas inmersas en la ambigüedad. Posiblemente, su significado último resida en las palabras de una testigo sobreviviente: “Tenía esa sensación permanente de estar acorralada. Y bueno, lo estábamos, ¿no?, acorralados todos”.