Un par de días atrás, el Presidente Trump llamó al Presidente Piñera. Durante semanas, Trump había iniciado una ronda de contactos telefónicos con otros mandatarios sudamericanos. El tema dominante ha sido el covid-19, aunque cada país tiene otros asuntos bilaterales pendientes y la necesidad compartida de que Estados Unidos asuma un liderazgo para controlar la pandemia.
No se sabe qué compromisos adquirió y cumplirá Trump, o si solo fueron buenas palabras. Debió prometerles trato preferente en el acceso a la eventual vacuna del coronavirus y todos saben que eso es difícil y falta mucho.
Un exembajador de Francia en Washington señalaba que un llamado de Trump no es el normal entre presidentes. Es adicto a la diplomacia telefónica y es fiel reflejo de su personalidad.
Se afirma que semanas de preparación entre las cancillerías, sobre la conversación presidencial, pierden importancia frente a los intentos de Trump por la búsqueda de coincidencias, mayormente frívolas, con la contraparte, y por su intento de provocar halagos recíprocos. Aunque se trata de intercambios con especiales precauciones de seguridad, con grabaciones celosamente custodiadas, ya se sabe que el mandatario interpreta, utiliza y hace públicos a su amaño, siempre a su favor, sus diálogos, más bien monólogos. Así quedó en evidencia en su conversación con el presidente ucraniano, revelada en el juicio político para removerlo de la Presidencia.
Seguramente los llamados de Trump a los jefes de Estado latinoamericanos intentan revertir el desinterés norteamericano en el hemisferio sur de América y responden al sostenido aumento de la influencia de China en la región.
Trump está haciendo uso electoral de los desencuentros con China y de su influencia mundial. Es popular en los Estados Unidos cargarle a ese país los daños económicos por desbalance en el comercio bilateral, su impacto en el desempleo, su expansionismo en los mares del sur de China, y por el ocultamiento del origen y censura de la información del covid-19, cuya oportuna revelación habría evitado que el brote regional se transformara en pandemia, con daños catastróficos para la salud, economía y el orden mundial. Esto último le sirve, además, para descargarse de las críticas por su gestión de la crisis sanitaria y para descalificar a Joe Biden, a quien intenta caracterizar como débil y concesivo frente a China.
Lo lamentable es que la guerra fría y comercial entre las dos potencias la paga el resto del mundo ante el fracaso de la organización global: las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud, G7, G20, Unión Europea y cientos de instituciones internacionales, incapaces de articular respuestas ante las devastadoras consecuencias del coronavirus.
Positivo sería que el llamado del Presidente Trump sirva para profundizar la relación bilateral, sea un giro en su escaso interés de cooperar con la región y constituya un compromiso efectivo por liderar la mitigación de los daños de la pandemia.