Recién ayer vi el 1-0 a Yugoslavia del 62. Ya lo había visto presencialmente y sería mi estreno en la época del video y el online para ese encuentro histórico. Lo vi en el CDF, que a falta de audios rescatables de la época debió mostrar un partido modernizado, y lo vi en YouTube, sin relatos ni comentarios, pero en una imagen impecable y, lo más importante, con el sonido ambiente original. Notable experiencia que me transportó, una vez más, a ese día mágico. Ese encuentro fue y seguirá siendo para siempre un sentimiento.
Jugaba bien esa selección. Viéndolo a velocidad normal queda claro que era un equipo rápido y a la vez galano, de buen toque, con una idea clara (o unas ideas claras) de lo que había que hacer.
El trabajo de Fernando Riera fue el primer empujón serio y trascendente en el desarrollo del fútbol profesional nuestro. Antes hubo otros (Luis Tirado, Francisco Platko), pero sin la resonancia que puede ofrecer una Copa del Mundo, y después hubo otro de su talla (Marcelo Bielsa). La gracia de la labor del 62 es que se realizaba cuando el profesionalismo todavía no se afirmaba y, al contrario, salía del escándalo de 1957 en Lima (castigo a casi todo el plantel del Sudamericano por indisciplina).
Elegir a los jugadores adecuados para un verdadero experimento ya era una misión compleja y que tuvo muchos detractores (particularmente luego de la salida de Enrique “Cuá Cuá” Hormazábal). Pero Riera eligió a jugadores moldeables, inteligentes y obedientes.
Cuando Eladio Rojas convirtió el gol que valió un tercer puesto hacía justicia a su propia iniciativa de todo el partido, cuando no perdió oportunidad de rematar, además de mostrar su tremenda potencia física para recorrer la cancha hacia arriba buscando esas oportunidades y combinando con precisión.
El partido heroico —usado el adjetivo con justicia— de Jorge Toro es inolvidable. Aguantó casi todo el duelo lesionado y no se limitó a estar quieto en una banda, sino que intentó participar y hasta dio un par de buenos pases. Increíble. Con menos tiempo lesionados, también fue valioso el esfuerzo de Carlos Campos y de Manuel Rodríguez.
¡Qué gran jugador Jaime Ramírez! Un gigante de toda la cancha que podría lucir en el fútbol de hoy. Quitado de bulla, no tuvo el renombre que mereció por su despliegue generoso y enorme sentido del fútbol. El mejor alero derecho histórico de Chile. (Acepto la discusión).
¿Y Leonel? Pocos han sido llamados solo por su nombre como él. Dominador de los tiempos, bravo en el entrevero (a ratos demasiado), dinamita en la zurda (o “en las zurdas”), en este partido fue otro de los grandes en un equipo en que ninguno destiñó.
Eyzaguirre, notable. Don Raúl Sánchez, elegante siempre. Tobar, gran partido. El “Chita” Cruz, oportuno.
Si sigo con cada uno no termino nunca. ¿Y el ambiente? Este fue un triunfo del país, un país que organizó el campeonato desde la nada y que al final se subió a su podio. Todos los chilenos lo sentimos propio. Y nos abrazamos en las calles y lloramos y reímos. Sucedió cuando todos fuimos hermanos.