Esta no es la hora de la unidad de la oposición, sino de la diferenciación. Aquello que aparece como un problema (la falta de unidad de la oposición) puede convertirse en una virtud. Hay que sincerar las posiciones. Cada partido político tiene que aparecer, frente a su electorado y al país, como lo que es realmente. Solo desde esa posición será posible construir caminos de convergencia desde la coherencia y no del mero oportunismo electoral.
La DC haría bien en asumir lo que ha sido durante 80 años: un centro reformista. Y debe hacerlo sin complejos derechistas ni izquierdistas. No se trata del camino propio, ni menos del camino solos. Con excepción del período de Eduardo Frei Montalva y la “Revolución en Libertad” (1964-1970) —la verdad es que no hubo un campo de fuerzas disponible, ni hacia la derecha ni hacia la izquierda—, la DC (y antes la Falange) tiene una rica historia en materia de políticas de alianzas.
La primera experiencia en términos de alianzas electorales fue bajo los gobiernos del Frente Popular, en una lógica de centroizquierda. La época de oro, sin embargo, en materia de políticas de alianzas, fueron los 20 años de gobiernos de la Concertación en torno a la convergencia sustantiva (no la unidad por la unidad) entre democracia cristiana y socialismo democrático. Se trató, a no dudarlo, de una nave perfectamente estibada, sin luchas por las hegemonías (salvo del proyecto mismo), con dos presidentes DC (Aylwin y Frei) y dos socialistas (Lagos y Bachelet).
Se trató no solo de una alianza electoral, sino de una coalición política —la más longeva y exitosa de la historia de Chile— que entregó al país los mejores 20 años del último siglo desde el punto de vista del desarrollo económico y social.
Si la posibilidad (y la necesidad) de perfilarse fue difícil bajo el gobierno de la Nueva Mayoría, con siete partidos, ¿cómo sería ahora (y en la perspectiva de un futuro gobierno) con 14 partidos, todos ellos de izquierda (incluyendo el PC y el Frente Amplio), a excepción de la DC?
Nos referimos a los 14 partidos que suscribieron una declaración pública el 11 de noviembre llamando a una nueva Constitución (no está ahí el problema), que permitiera “un nuevo modelo político, económico y social” (ese sí que es un problema si consideramos la verdadera naturaleza de una Constitución y la diversidad de “modelos” que existe no solo en el país, sino al interior de la oposición). Esa declaración no fue obstáculo para que la DC siguiera siendo objeto de bullying político desde diversos sectores de la izquierda.
Frente a la cantidad de elecciones que se aproximan en 2020-2021 —plebiscito y proceso constituyente de por medio—, existe la tentación de apelar a la “unidad de la oposición”. Ello significa, en la práctica, regalar el voto de los sectores medios, independientes y de centro a la derecha (¿de qué otra manera se explica el triunfo electoral de Piñera y la derecha con un 55% de los votos en las últimas elecciones presidenciales?).
La DC tiene que marcar su propio perfil e identidad desde la perspectiva de la diferenciación (y no de la unidad por la unidad) y de un centro reformista que se resiste a ser arrastrado por una izquierdización que llegaría a constituirse, una vez más, en un verdadero subsidio político a la derecha.
Lo anterior significa reconocer (y asumir) que el marco de la política de alianzas del PDC debiera estar dado por (1) el “Acuerdo por la paz social y la nueva Constitución” del 15 de noviembre y la reforma constitucional de diciembre (no se comprende, pues, a aquellos sectores políticos que se autoexcluyeron del acuerdo o que votaron en contra de la reforma constitucional); (2) las fuerzas políticas en favor del “Apruebo”; (3) los partidos que rechacen clara y categóricamente, en los dichos y los hechos, la violencia en cualquiera de sus formas (este punto estará en el centro del debate en el escenario pospandemia, e incluso antes), y (4) una mínima plataforma programática sobre ciertos acuerdos básicos.
La DC tiene la oportunidad de aparecer ante el país como una minoría dirimente y no como una minoría subordinada. Ello, en la medida que aparezca ante su electorado y ante el país como lo que es (centro reformista), en un proceso de convergencia que comprenda, en régimen, a las fuerzas socialcristianas, socialdemócratas (o del socialismo democrático) y social liberales.
Jorge Burgos
Ignacio Walker