Los viajes a través del Atlántico duraban a veces un mes y medio o más en aquella época en que los españicas abuelos nuestros se aventuraban a emprenderlos para venir a “hacerse la América” (la mayor parte de las veces, fracasaban; si no, volvía el peninsular con las faltriqueras llenas a mares llenos de peligros: el expresidente de Chile, el marqués de Baides, no alcanzó a gozar ni un día de su fortuna porque se hundió con ella al llegar a Cádiz). Pero, en fin, a lo nuestro: lo que se llevaba para parar la olla en el viaje era más para parar los pelos: tocino (que terminaba agusanándose), agua en barriles (que se podría), algunas otras
delicatessen y un pan que, para que no se pusiera verde y viniera a mal, era cocido dos veces, cosa de matar bien muertos todos los bichos. “Bis cocidos”, de donde viene “biz cocho”. O sea, nuestro queque, que hasta donde sabemos, se llama así solo en Chile por derivación del “
cake” inglés. En otras partes de América tiene los nombres más peregrinos, igual que los panqueques, que con solo leer sus nombres no se sabría jamás qué son. Habría que aclarar, eso sí, que a medio camino entre “bizcocho” y “queque” está el “bizcochuelo”; o sea, un bizcocho más mononito, más dulcecito, menos alusivo a esa atroz munición de boca de los antiguos navegantes. Pero el bizcochuelo, por lo general, no se hace para ser comido tal cual, sino que se emplea en la confección de tortas y otras cosas. Nunca entendieron esto las buenas capuchinas donde llegó un día a profesar una de nuestras tías, quienes, para celebrar el santo del abuelo, le mandaban de regalo un bizcochuelo enorme, que casi no cabía por las puertas, y que calaba finalmente en el repostero, donde provocaba todo tipo de perplejidades: ¿qué hacer con semejante bodoque, que era tan duro como liviano, tan insípido como absorbente de líquidos? Los atlanti-nautas de illo tempore se hubieran dado de cuchilladas para comérselo a dentelladas. Pero, en la civilizada vida del Santiago de mediados del siglo pasado, el solo encontrar con qué aserruchar semejante espanto para ir poniéndolo en trozos razonables en el tacho de la basura era todo un problema. Resultado: la frustración que nos causaba ese preparado inaudito dio lugar a nuestra actual gazuza de queques. ¡Queques, queques! ¡Tenemos libros enteros de solo queques! ¡Queremos queques todos los domingos para nuestro té! Y heredaron la afición las hijas que tenemos, una de las cuales inventó cuando peque el queque siguiente, facilísimo y rico.
Queque de la FranciscaEn un bol ponga 5 cdas. de harina, 2 cdtas. de polvos Royal, 5 ½ cdas. de azúcar, pizca de sal, 7 cdas. de aceite o mantequilla derretida, 2 huevos, 2 ½ cdas. de leche, vainilla o muchísima canela. Mezcle bien todo, vierta a molde aceitado y hornee 35 min. a 150º.