Los números del amor es la segunda novela de Bernardo Álamos y, según él mismo lo expresa, abriga el legítimo deseo de que su narración sea leída, ojalá por un amplio público lector. Por descontado, es imposible saber si tales aspiraciones se han cumplido. En los tiempos que corren, cada vez hay menos gente que se aproxima a los libros, aun cuando, en esta época de cuarentena, tenemos más posibilidades que nunca de acceder a esos preciados o minusvalorados objetos.
Los números del amor, pese a su brevedad, resulta un texto ambicioso, en gran medida logrado, muchas veces entretenido, con aspectos singulares, y Álamos, indudablemente, posee conocimientos profundos de diversas disciplinas, que expone sin ningún complejo, en este excéntrico volumen. Así, en
Los números del amor se dan cita las matemáticas superiores, la economía más intrincada, abstrusas teorías y, sobre todo, la religión católica, mediante la presencia clave del monje Lucas. De alguna manera, cada hombre o mujer que participa en la trama experimenta dramas espirituales, que pueden traducirse en situaciones tan domésticas como el contraer matrimonio civil versus la ceremonia eclesiástica; en crisis espirituales relacionadas con la existencia o inexistencia de Dios, o en terribles dilemas, como la decisión de Antonella, una napolitana enamorada de Cristóbal, figura central de la historia, de abortar o tener un hijo fruto de su relación con un irresponsable norteamericano. Además,
Los números del amor transcurre a lo largo de un extenso período, que va más o menos desde los años 50, hasta 2025. De este modo, tenemos referencias a la Guerra Fría, a la crisis de los misiles en Cuba, al campeonato mundial de fútbol de 1962 en Chile y a muchos otros hechos que han sido relevantes durante las pasadas décadas, para llegar, finalmente, al mundo del presente, dominado por la tecnología digital.
No obstante,
Los números del amor es una crónica familiar que abarca a tres generaciones de abuelos, hijos y nietos. La dinastía de los Salas está conformada por Eduardo y Carmen, continúa con Sergio y Francisca y culmina en Cristóbal y Antonella. Hay muchos, quizá demasiados actores emparentados o vinculados con los Salas, si bien el centro de la acción lo ocupan las tres parejas que mencionamos. En un trágico accidente, que se aclarará muy avanzado el relato, mueren Sergio y Francisca; Cristóbal, el heredero, jamás perdonará a Ignacio, su tío, a quien culpa por la desaparición de sus dos progenitores. En cambio, Carmen, la matriarca del clan, quien sobrevive hasta las últimas páginas de la intriga, conoce el secreto de Ignacio desde el principio y, como creyente convencida, lo perdona. Hay que agregar que los Salas han crecido en un ambiente de extrema competitividad, de triunfos, de concursos y de becas, patrocinadas por el magnate estadounidense William Rutherford, cuyo ganador ingresa ipso facto a elevadas posiciones financieras. Ellas se traducen en empleos con sueldos siderales y en la creación de una empresa minera que se verá afectada por el tráfico de influencias, los desfalcos, las defraudaciones y toda suerte de prácticas ilícitas. De este modo, hacia el desenlace, tenemos un juicio penal que perjudicará severamente a Cristóbal y llenará los titulares de la prensa nacional, obsesionada por los escándalos en que suelen incurrir los ricos.
Los números del amor está compuesta básicamente por medio de diálogos y, por más que Álamos se esfuerce en otorgarles naturalidad, en numerosas oportunidades son afectados, envarados, poco vitales o el autor, tal vez sin percibirlo, cae en localismos, chilenismos, vulgarismos, expresiones que parecen espontáneas y le salen completamente fuera de lugar o son, de frentón, desafinadas. Peor todavía es el hecho de que Álamos, quien detenta una considerable formación cultural, cae con frecuencia en el lugar común, la cursilería y la ingenuidad. Estos elementos que, por nombrarlos con todas sus letras, son perturbadores, le suelen jugar malas pasadas. Y ello se expresa particularmente en el tratamiento de los personajes que, en lugar de constituir seres de carne y hueso, que es lo que uno espera de una ficción literaria, son entes que entran y salen a la pasada, muy superficiales en sus rasgos, sin genuinos perfiles psicológicos, sin conflictos comprensibles para alguien común y corriente, sin contradicciones profundas que produzcan un grado de conmoción, en suma, caricaturas.
Pese a lo anterior,
Los números del amor es una obra interesante, amena y con buenos momentos.