Ernst Lubitsch es otra prueba de que la comedia puede tener el aprecio del público, pero rara vez el prestigio de los controladores del buen gusto. No fue más que reconocido por la Academia con un Oscar honorífico en 1947, pese a que realizó algunas de las comedias más brillantes de los años treinta y cuarenta. El que haya hecho de la subversión del orden uno de los temas centrales de sus películas posiblemente tampoco ayudó. A nadie le gusta reconocer que la formalidad, las instituciones y los parámetros de lo que se considera un comportamiento social adecuado pueden ser puestos patas para arriba por miradas que se encuentran, palabras que tocan fibras, el calor de una experiencia no prevista. Lubitsch puso estas tensiones en escena con una agudeza, encanto y picardía pocas veces vistos, solo quizá comparable al de algunas cintas de Jean Renoir, al que, asegura Andrew Sarris, influyó directamente, tal como a decenas de otros directores, entre ellos, por cierto a Billy Wilder y Blake Edwards.
Wilder, como bien se sabe, trabajó directamente con Lubitsch como uno de los guionistas de “Ninotchka” (1939), una de sus películas más recordadas. Hoy fácilmente hallable en algunos de los servicios de
streaming de la red, la cinta está ambientada en un París previo a la Segunda Guerra Mundial, donde tres camaradas rusos son enviados a vender las expropiadas joyas de la condesa Swana (Ina Claire). Pero la condesa, que vive en París, se entera de que sus valiosas joyas están en la ciudad y su pareja/amante (Lubitsch prefiere no definir bien la relación), el conde Leond'Algout (Melvyn Douglas), intenta trabar la venta judicialmente al tiempo que seduce a los camaradas bolcheviques, que ofrecen nula resistencia a los goces del capitalismo. Enterados en Moscú de la dilación de la venta, envían a París a la camarada Nina Ivanovna Yakushova, alias Ninotchka (Greta Garbo), rigurosamente educada en el materialismo científico. León se fascina con esta figura enjuta y concentrada, pero la conquista será más ardua.
La cinta es rápida, graciosa, llena de líneas mordaces y encuentros tensos que terminan fluyendo hacia los lugares más inesperados. En su momento, se leyó como una crítica al régimen comunista soviético, que entonces ya llevaba 25 años vigente, y si bien hay muchos chistes a su costa, también es cierto que el mundo aristocrático no queda en buen pie y muestra incluso rasgos de crueldad, algo de lo que están ciertamente exentos los adorables bolcheviques de la cinta. Ahora, la batalla comunismo versus capitalismo no es el centro de la cinta, sino la forma en que las supuestas convicciones ideológicas de cada uno se fisuran apenas se colocan bajo el fuego erótico, o incluso antes, cuando se descorcha una botella de champagne, rendición que corre para los bolcheviques, pero también en alguna medida para el aristócrata León. Como es frecuente en Lubitsch, es una película sobre portarse mal, salirse de madre, dejarse llevar, incumplir con el deber, arruinar las expectativas del resto sobre uno. Para el director alemán esto no es inmoral ni inadecuado, sino auténticamente humano o, mejor, una forma de abrazar la humanidad de cada uno, donde no hay maldad si no hay daño. Ello puede traducirse en derrota y en cierta melancolía, pero ambas realidades parecen un mejor resultado que negarse al llamado de los sentimientos por el empeño en conservar el control. Escrito así, podría leerse como un sentimentalismo algo ramplón, una salida estilo autoayuda. En su cóctel de fiesta y melancolía, Lubitsch lo trasmitió mucho mejor de lo que pueda resumirse aquí. Pero para eso hay verlo. “Heaven can wait” (1943), fácilmente encontrable en YouTube, puede ser también un buen camino para comenzar a admirarlo.
Ninotchka
Dirigida por Ernst Lubitsch.
Con Greta Garbo, Melvyn Douglas, Ina Claire.
Estados Unidos, 1939, 110 minutos.
COMEDIA