Ya hemos hablado en un par de columnas anteriores de los beneficios que puede traer el coronavirus a nuestra (nueva) vida en común. Quiero esta vez mirar un aspecto de la otra cara de la moneda, del lado oscuro.
Porque la crisis del coronavirus puede provocar efectos tremendamente nocivos no solo en lo obvio, que es la vida (perder la vida y no poder ganarse la vida). También puede dañar irreparablemente la política: por culpa del distanciamiento social.
El distanciamiento social mal llevado puede conducirnos a una exacerbación del aislamiento, y de ahí pasar a un individualismo morboso, extremo. Esto tanto en lo familiar como lo laboral.
Me explico.
Quedé muy preocupado con actitudes anómalas de varios políticos nuestros esta semana.
Lo del diputado Pablo Lorenzini me dejó mal. ¡Renunciar a la Democracia Cristiana después de 40 años de militancia! ¡Cuando estaba por celebrar las bodas de oro! (Entre paréntesis, ¿qué edad tiene ya Lorenzini? ¿Tendrá el síndrome de Dorian Gray, no el de las sombras, sino el anterior?). Simplemente no me lo explico. Semanas antes se postulaba a jefe de bancada de su partido y ahora se va. Dice que para poder tener independencia y libertad. Como si se le hubiese extraviado el “yo”. Raro. Muy aislado.
Otro caso similar es el de la diputada Ximena Ossandón Irarrázabal, de Renovación Nacional, exconcejala por ese partido y exfuncionaria del primer gobierno del Presidente Piñera. Esta semana se mandó esta frase en un programa de televisión: “Esto es como la orquesta del Titanic, al parecer está todo orquestado para que el plebiscito no funcione”.
La diputada oficialista intentaba con eso acusar al Gobierno. A mí me confundió un poco su analogía, porque la “Orquesta del Titanic” se supone que ilustra una especie de inacción frívola frente a una calamidad que se aproxima. Y si fuese cierta su acusación al Gobierno, las cosas serían exactamente al revés: el Gobierno estaría activamente tratando de evitar una calamidad, que en este caso sería la realización del plebiscito. Pero esto también me enreda, porque he llegado a pensar que, después de todo lo que ha pasado, si el plebiscito se realiza en octubre, podría ganar el “Rechazo”. Ya escribiré sobre esto más adelante. Porque lo que importa ahora es saber qué le ocurre a la diputada Ossandón.
Y el otro fenómeno inquietante de la semana es el de la senadora DC Yasna Provoste. En la portada de este diario leímos este jueves que ella había elaborado junto a sus colegas Alejandro Navarro y Juan Ignacio Latorre un proyecto para “nacionalizar los ahorros previsionales de los cotizantes”. Tal cual. ¿Qué hace una mujer como Yasna Provoste involucrada en una cosa como esa con dos personajes que habitan el “más allá” de la política chilena? ¿Y más encima para intentar el “gran manotazo estatal” de las platas de las pensiones? ¿Qué dirían don Patricio, don Eduardo, don Bernardo, don Edgardo, don Gabriel, don Adolfo y todos los otros próceres de la Democracia Cristiana?
Me da escalofríos pensar en eso. Qué individualismo más extremista el de este trío. Cómo no pensar en sus compañeros de ruta.
Lo encuentro salvaje, oye.