Les hago caso a los economistas y cuando me recomiendan no hacer la pérdida, mantengo la tranquilidad y mi fe en el sistema y en ellos.
Ni saco el dinero ni me cambio volando de institución o de categoría, y no me entra el pánico y tampoco el miedo.
Mantengo mis fondos en la categoría respectiva y no saco ahorro alguno ni vendo acción ninguna. Es que confío en sus personas y de ahí proviene mi actitud serena, que mira con preocupación, sin duda, los vaivenes del mercado y del coronavirus, pero no por eso me voy a comportar como un ser irracional e histérico.
Así que no reniego ni lanzo juramentos, porque sigo creyendo en las palabras de los economistas, analistas con prospectiva, profesionales con visión de futuro.
Les vengo escuchando desde la cuna, porque no me hablan en lenguas extrañas, sino con la simpleza del pan y del vino: ¡es la economía, hijo mío!
Los entiendo perfectamente y por eso no escapo ni arrastro a nadie en la huida, tampoco me baja el susto ni la desesperación con la inversión. En absoluto. No soy fugaz, no arranco y no me tiemblan las cañuelas por la pérdida de rentabilidad. Soy parte del “Trío Dinámico” y puedo cantar “Resistiré”. Recorten las estimaciones, rebajen las previsiones y cacareen la pérdida de liquidez, pero yo de aquí no me muevo.
No pertenezco a la raza de los pollitos en fuga.
Así que no me confundan con otro tipo de gente, se los aclaro de inmediato: no soy como el Dow Jones y el Nasdaq, esos panqueques blancos. No soy esa clase de gente. Respeto, por favor, distancia social y personal, no me metan en la pandilla ni en las estadísticas del Hang Seng, el Nikkei, Kospi o Dax. No vivo a la bolsa ni de la bolsa, sino de la industria y del trabajo diario, también del emprendimiento y a veces de las 48 horas semanales.
Así que nada que ver con esos nombres de cómic, dispuestos a saltar del barco cuando ven venir el mal tiempo y no son capaces de resistir tempestades, porque ya no están en cubierta, sino distantes y escondidos. Y solo vuelven de a poco, con la brisa leve y la mar tranquila.
Esa gente vive al borde del desembarco y por eso duermen dentro de los botes salvavidas, para que los viejos, niños y mujeres se acomoden después de ellos, y a las primeras señales de hielo en la ruta se desploman por babor y estribor, se van y nos abandonan.
Y después, y antes de volver, miran desde lejos, esperan que los demás resistan y arreglen el pastel, cuando eso ocurre, con los rayos del sol protector y al despunte del buen tiempo, solo en ese momento, por supuesto que regresan: cuando ya pasó el peligro.
Yo, en cambio, estoy presente en lo malo y lo bueno, porque aún les creo y por eso no me cabe el desplome en la cabeza ni la histeria en el ánimo.
Aquí sigo, presente, solidario, con la bandera al tope y con mis pocos fondos, escasas acciones y esforzados ahorros donde corresponde. En las carteras que me indicaron y no los he tocado ni sacado, porque lo mío no es la volatilidad ni la fuga, sino la certeza y la enorme fe en ustedes, queridos economistas.