Que Dios es todopoderoso es verdadero, y lo sostenemos los cristianos. Pero creo que ese es un camino equivocado cuando tratamos de responsabilizar a Dios por esta crisis, pues nos lleva, en definitiva, a negar la bondad de Dios, quien o nos estaría castigando o bien pudo habernos evitado este sufrimiento.
Para los cristianos el rostro verdadero de Dios lo ha revelado Jesucristo: es un Padre misericordioso. Y, psicológicamente, antes de afirmar su omnipotencia, reconocemos su bondad y misericordia infinita para con nosotros. Este es el punto de partida sobre quién es nuestro Dios, y no el punto de llegada de nuestra relación con Él.
Los peregrinos de Emaús, que nos regala la liturgia de hoy, es uno de los textos más queridos del Evangelio de Lucas. No solo se trata de un relato histórico, sino que también nos revela en su simbología la historia de la humanidad con Dios: ese Dios que se ha hecho hombre y que camina a nuestro lado, aunque muchas veces no nos demos cuenta. Ese “Dios con nosotros” que ilumina el sentido de nuestra vida, especialmente cuando nuestro dolor o tristeza nos impide ver con claridad.
El tiempo que estamos viviendo para muchos ha significado andar con un semblante triste causado por el dolor, el miedo o la incertidumbre. A veces se hace difícil levantar la mirada y descubrir que este camino lo recorremos con otros, aunque no podamos encontrarnos. Es más: Dios mismo está a nuestro lado consolándonos y renovándonos en la esperanza. Esta presencia esperanzadora nos hace poner en el centro la preocupación por el otro, la caridad, la entrega y el servicio al prójimo. Es entonces cuando comienza a arder nuestro corazón y empezamos a descubrir el sentido trascendente de toda nuestra vida, iluminando y dando sentido incluso al dolor.
Podemos volver entonces sobre la pregunta de dónde está Dios en esta pandemia. Y si nuestro Dios es Padre misericordioso, como lo ha revelado Jesucristo, hoy lo descubrimos caminando a nuestro lado. Es más, hoy lo podemos reconocer en tanto gesto de bondad y de entrega absoluta que se vive en nuestra sociedad. Pero en forma muy especial, lo reconocemos caminando con los que más sufren en este tiempo.
Porque una de las cosas que estamos aprendiendo de esta crisis es que no podemos caminar solos para salir adelante. Nos necesitamos. Y tampoco queremos ni podemos dejar solos a los que más sufren, pues ellos nos necesitan, y en ellos se nos manifiesta el Señor que camina con nosotros.
El texto da un paso más: los discípulos, una vez que se dan cuenta de esta presencia de Cristo resucitado en la eucaristía, corren a anunciar al resto de los discípulos esta nueva presencia del Señor. Es la gran noticia que se extenderá por todas partes hasta nuestros días: el Señor ha resucitado y camina junto a nosotros. Él nunca nos deja solos.
“¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”.(Lc. 24, 25-29)