Bubs está sentado al borde de la banqueta, las manos entrelazadas sobre sus piernas, la cabeza inquieta, moviéndose nerviosa de un lado a otro. Se ha pasado casi todo el día ahí, en el parque: temprano vio a los vecinos salir de compras y luego a padres con sus hijos, a la salida del colegio; divisó empleados camino de su almuerzo, gente saliendo del trabajo, miró como los pesados rayos de sol iban recortándose entre los árboles y, cuando ya se iba la luz, los reconoció de inmediato. Los zombis. Aparecieron uno tras otro, solos o en pares, sujetos desesperados como él. Uno de ellos acaba de pararse frente suyo. “Tengo justo lo que necesitas”, le dice. Bubs lo mira fijamente, casi como en trance. Se para, lo hace a un lado y se escapa. “No quiero”, contesta, antes que la pantalla se vaya a negro.
Contenida en “The Cost” —capítulo 10 de la primera temporada de “The Wire”—, la escena anterior no es un instante culminante de dicho episodio; de hecho, ni siquiera está puesto ahí para hacer avanzar la trama. En términos de precisión, belleza y economía narrativa, su propósito es el inverso: suspender el relato los minutos suficientes para que, de unos cuantos pincelazos, el personaje (su carácter, sus demonios, sus horizontes) quede definido de arriba a abajo. Perenne.
Después de verla compulsiva, afiebradamente, allá por el verano de 2008, llevo poco más de una semana administrándome “The Wire” a razón de una entrega al día, regresando al programa por primera vez en doce años, con todo lo que ello debería implicar —la sensación de situarse ante una marea de historias que se despliega sin fin, cruzando barreras geográficas, sociales, políticas; atravesando por un laberinto de calles, sitios eriazos y barrios derruidos que se extienden por cuadras y cuadras; dando un vistazo a esa enorme colección de retratos, de vidas al borde, demolidas, devastadas— y, sin embargo, el efecto de este segundo paseo ha sido precisamente el contrario a todos esos superlativos: vistas de nuevo en pantalla, las quijotescas correrías policiales, la desmesurada ambición de los narcos, el combate contra la maquinaria burocrática y el derrumbe de comunidades, escuelas e instituciones públicas de Baltimore en el cambio de siglo (una debacle que anticipa casi como una profecía los avatares y penurias del Estados Unidos pos-Obama) dejan de visualizarse en plan macro, como capítulos de una “gran novela americana”, y vuelven a ser instantes arrebatados al tiempo, calamidades desperdigadas en la ruta, piezas sueltas de un rompecabezas que solo hace sentido en términos de tragedia.
Buena parte de la mejor televisión del pasado inmediato puede leerse en esa clave: vislumbradas en la distancia, “The Sopranos”, “Mad Men” y “Breaking Bad” funcionan menos como narrativas unitarias que como alucinadas antologías de cuentos breves protagonizadas —y sufridas— por el mismo elenco; la diferencia con “The Wire” es que ese conjunto de aflicciones parece estar democráticamente repartido entre ricos y pobres, débiles y poderosos, notables y notorios, blancos y negros. Al revés de lo que sucede con sus series contemporáneas, no posee tampoco una poderosa figura masculina a la cual acusar o de la cual condolerse. No hay modelo que valga. Algunos se refugian mejor que otros, pero a todos les llueve por igual.
Tal vez por eso la cálida sensación que a uno le invade al volver a encontrarse con estos rostros, con estas personas, incluso con las más despreciables. Verlos desplegar su humanidad y desplazarse por escenas, diálogos y capítulos que ya has olvidado, pero que vuelven a erigirse frente a ti, unidos por el poder y el eco de sus fragmentos; trozos de una historia que a fuerza de tanto elogio hoy se vende en calidad de épica urbana, pero que también está contenida en la maniática ansiedad de Bubbles, sentado en su banca de plaza, esperando que el día se termine, se acabe para dar paso a otro exactamente igual, antes que el anzuelo de la adicción vuelva a tirar y lo enganche —salvaje— otra vez.
The Wire
Creada por David Simon y Edward Burns.
Estados Unidos, 2002-2008, 60 episodios.
Disponible en HBOGo.