El ministro Jaime Mañalich es un mañoso. En los dos sentidos que tiene la palabra. El primero es el sentido que le damos los chilenos a ese término: un mañoso es una persona que hace las cosas a su manera, que solo come lo que le gusta, que arruga la nariz, impaciente, llevada a sus ideas, incluso dada a las rabietas.
Así es Mañalich.
Pero también es un mañoso en la acepción más linajuda del concepto “maña”, la que viene del latín “manía”, es decir, con destreza o habilidad manual.
Tiene “buena mano”, “muñeca”, como diría mi abuela.
Por eso el-mañoso-de-Mañalich (Dios es guionista al hacer coincidir apellidos con personajes; piensen cómo hacen bolsa a Bolsonaro o cómo Maduro está que cae) se las ha arreglado para convertirse en un crack durante la crisis del coronavirus.
Lo trataron de “demonio de Tasmania” (Van Ryesselberghe), “compañero pesado, pero que se saca la cresta en la cancha” (Johnny Herrera) y “chofer antipático con los pasajeros” (autorretrato). Varios de sus colegas ministros le llamaron la atención en público. Los alcaldes lo fueron a acusar con el ministro del Interior. Le pidieron al Presidente que lo sancionara. Los reporteros de La Moneda —con oídos vírgenes al tono golpeado y a la pierna firme— insinuaron una y otra vez que dejara de ser vocero.
Pero no hubo caso. Ahí está el ministro Mañalich. Firme como roble.
Es que Mañalich es una metáfora de lo que se viene para el nuevo mundo con coronavirus. Ya no habrá lugar para los débiles, como rezaba la película de los hermanos Cohen.
Por si no lo habían notado, Mañalich es el primer signo de la “nueva normalidad”.
La “nueva normalidad” requerirá garra, aguante, sudor y lágrimas, como en cualquier época de posguerra. No será el tiempo de las quejas ni los lamentos, sino de la acción decidida.
La “nueva normalidad” será una era de pocos placeres o de placeres distintos, como disfrutar del silencio o de la posibilidad de sentarse frente al mar o de abrazar a los viejos.
La “nueva normalidad” nos obligará a volver a valorar la evidencia, los datos, la ciencia y hacerle menos caso a la tincada y el tufómetro.
La “nueva normalidad” nos obligará a volver a lo básico, a ser personas más sencillas, menos frívolas, a pasar más tiempo en la casa, donde cosas como sesear al hablar o combinar mal la ropa son irrelevantes.
La “nueva normalidad” nos obligará a aprender a derrotar al miedo, porque el coronavirus vivirá entre nosotros por años y no podremos vivir todo ese tiempo escondidos en el refugio. Lo normal es salir a la superficie en cuanto se pueda. Con la misma ansiedad de los 33 mineros.
La “nueva normalidad” no será simpática; será incómoda, áspera, y en ocasiones desagradable. Pero se enfocará en lo esencial, lo que más importa.
Por eso creo que Mañalich es el profeta de la “nueva normalidad”.
Si las cosas ocurrieran en el mundo como debiesen ocurrir, Mañalich sería el próximo director general de la OMS. El doctor Mañalich viviría cerca de la doctora Bachelet en Ginebra y el sistema sanitario mundial funcionaría mejor. Y nosotros no tendríamos que verlo todos los días en la tele como si fuese una manda.
No suena tan mal, en el contexto de la “nueva normalidad”.