El personaje del momento es el ministro de Salud. De eso, pocas dudas caben. Desde hace 50 días, a las 10:30 de la mañana, en compañía de sus subsecretarios con quienes parecieran conformar una familia (el padre riguroso, la madre comprensiva y el hijo estudioso), se dirige a los chilenos para contar contagiados, lamentar muertos y enfrentar las críticas.
Si hay algo que ha quedado claro hasta ahora es que su estilo no ha pasado inadvertido. Frontal, sin sonrisa alguna, sin ánimo de caer bien, pero al mismo tiempo mostrando aplomo, conocimiento y seguridad.
Es el hombre del momento. El líder del problema. El guaripola anti-covid-19. Pero, a diferencia de otras crisis, su figura no encarna la unidad frente a la tragedia. No es el Raúl Sáez del terremoto de Valdivia, no es el André Sougarret de los mineros. Su figura desata amor y odio en una sociedad que tal vez ya no está disponible para los “Chile ayuda a Chile”.
Hasta ahora, lo que mejor defiende a Mañalich son los resultados. Su estrategia ha sido alabada por la propia OMS, por universidades extranjeras y por medios internaciones, ninguno de los cuales son sospechosos de colusión con el Gobierno o de estar al servicio del neoliberalismo. Y los datos duros muestran que ha logrado aplanar la curva e imponer su criterio, en medio de las más numerosas y despiadadas críticas.
¿En qué momento políticos, alcaldes, opinólogos, dirigentes gremiales y economistas se transformaron en epidemiólogos? Es comprensible que ante un partido de fútbol la galería opine a la par del entrenador, pero, ante una situación como esta, el debate debiera estar entre los especialistas. Pero no ha sido así. Al ritmo de Twitter se han exigido cosas, se han denunciado otras y se ha opinado con total desparpajo. Y se sigue haciendo. Sin ir más lejos, esta semana conocimos un video oficial de la Democracia Cristiana cuyo realizador ni siquiera conoce cómo se comparan los porcentajes.
Así, Mañalich ha debido enfrentar un Colegio Médico politizado, a alcaldes en campaña y una oposición que, sobre todo en la primera etapa, hizo lo posible —tal como lo dijo el expresidente Lagos— por transferir el debate de la Constitución al coronavirus.
Pero finalmente salió airoso. Impuso su visión de “cuarentenas dinámicas”, frente a todos aquellos que, sin ningún sustento científico, exigían “cuarentenas totales”, como una especie de derecho social. Impuso sus términos respecto de que no era conveniente darles a los alcaldes las direcciones de los contagiados, ya que —tal como se ha visto— no han sido precisamente bien recibidos por sus vecinos. Y se ha mostrado claramente a cargo del problema.
Pero el hecho político más importante es que Mañalich ha logrado imponer los criterios propios en un gobierno que contaba con 9% de aprobación. Y eso, hasta ahora, es su principal logro. Ha vuelto a dar un sentido de autoridad a la autoridad. Algo que hace ya un buen tiempo escaseaba en Chile y cuyas reservas al Gobierno prácticamente se le habían agotado. Nada de eufemismos, nada de buena onda, ni una sola sonrisa, pero transmitiendo aplomo ha logrado imponer e imponerse. ¿Qué habría sido de un ministro que en estas circunstancias hubiera estado tomando nota de los alcaldes y opinólogos de matinal?
Pero no todas han sido luces. El ataque hecho a la prensa, por la entrevista del embajador chino en La Tercera, es decididamente inaceptable y marca un rasgo autoritario peligroso. “El trabajo de la prensa es ese, vender cosas en base a inventar mentiras”. Una frase que lamentablemente se la hemos escuchado a Trump, a Cristina y a Maduro. Lo que es peor es que ni siquiera se disculpó, tal como ha sido la práctica de los líderes antes señalados. La prensa puede incomodar, pero claramente su objetivo no es “vender cosas en base a mentiras”. Más absurdo aún es que la entrevista la había dado el embajador por escrito, con lo cual no había ningún espacio a nada.
El doctor Mañalich es un animal político. De eso no cabe duda. Logra sortear las críticas chuteando hacia adelante. Así, por ejemplo, la información en torno a la donación china de respiradores ha sido difusa y poco clara. Y esta semana fuimos testigos de cómo logró sortear un desmentido oficial del embajador, recibiendo acto seguido un espaldarazo público, puesto en escena con la entrega de unas pocas mascarillas. Eso es Política. Y Mañalich parece jugar en toda la cancha.
Así, es difícil que Mañalich sea el doctor que vino a resolver la pandemia y se fue. Pese a que hace unos días dijo que no le interesaba ser parlamentario, su estilo de liderazgo es la expresión de una forma de hacer política, con rasgos autoritarios y mucho desparpajo, que se expande en el mundo. Eso explica por qué sectores de derecha empiezan a ver a Mañalich con altos grados de excitación. Es el líder que les gusta. Autoritario y frontal. Y eso hace que lo de Mañalich probablemente no termine acá. Es más, no es descartable que ante la próxima elección de alcaldes y gobernadores la foto con el doctor pueda empezar a ser muy requerida.
Si todo sale medianamente bien, es posible que Mañalich termine siendo, junto al Gobierno, el gran ganador de la tragedia. Paradójicamente, su estilo lo va a haber ayudado para enfrentar una tarea que en las circunstancias que vivía Chile era casi imposible abordar. Pero extrapolar ese estilo —más allá del coronavirus— al resto de la política es peligroso, ya que puede dar pie a expresiones autoritarias que terminan chocando siempre con libertades y polarizando fuertemente a los países.