En Colo Colo nada volverá a ser igual después del quiebre entre el plantel y el directorio de Blanco y Negro. De golpe y porrazo, Aníbal Mosa, el presidente de la concesionaria que administra el Cacique, comprendió que los abrazos y palmoteos de los vestuarios forman parte de un momento de éxtasis, de conveniencia, pero que cuando en el camino se atraviesa el dinero, el dirigente comprensivo y acogedor pierde su condición para transformarse en “el hombre”.
Una reducción sintética de un personaje con el que se vinculan por obligación, que carece de la confianza del camarín. El calificativo corre para entrenadores y dirigentes. Mosa, después de este episodio, junto a Harold Mayne-Nicholls, el vicepresidente ejecutivo, pasará a convertirse en el “hombre”.
La determinación de Blanco y Negro de acogerse a la Ley de Protección al Empleo ocasionó un cataclismo en el Monumental. Después de varios días de negociación, el plantel popular entregó el 20 de abril su contrapropuesta a la presentación de la mesa. En ambas posturas estaba claro que las remuneraciones más bajas no se tocaban. Porcentajes más o menos, la piedra de tope radicaba en cuándo comenzaba la devolución de las platas descontadas y fundamentalmente en la no restitución de una fracción de los sueldos.
El covid-19 genera un impacto económico en el fútbol no visto desde 1982, cuando estalló el dólar a 39 pesos. Desde la suspensión de la actividad, el 18 de marzo, hasta el reinicio de la competencia, Colo Colo dejará de percibir 1.500 millones de pesos por concepto de recaudación y un sponsor que suspendió su aporte. Si a eso agregamos mil millones de pesos por la paralización del estallido social de octubre, queda claro que la situación pone en riesgo la viabilidad del proyecto.
Antecedentes que no convencieron a los jugadores, que en la medida que transcurrieron los días perdieron piso. Es cierto que existe un sector de la hinchada que por definición se opone a todo lo que huela a la sociedad anónima. Sin embargo, en esta ocasión, el pálpito es diferente. Figuras señeras, como Daniel Morón, integrante de la mesa del directorio en representación del club social, apoyó la medida institucional.
El “Loro” recordó la quiebra, cuando hubo que acomodarse a la realidad decretada por un síndico. Los voceros del plantel actual, encabezados por Esteban Paredes y Julio Barroso, retrucaron el argumento. Afirmaron que cuando concluyó el proceso judicial, los futbolistas cobraron todo lo adeudado. Cierto, pero con una salvedad: ellos actuaron por años con los sueldos, primas y premios impagos, pero además se adecuaron a un contrato impensable para un cuadro grande.
En estas coyunturas hay que apuntar bien al enemigo. Pocas veces vi un estadio estremecerse como cuando Morón ingresó a la cancha de Macul por Provincial Osorno en 1995.
La decisión del sindicato de trabajadores y del cuerpo técnico, de acoger el planteamiento de sus empleadores, deja en una posición magra a los futbolistas. En especial a los llamados referentes y a quienes terminan contrato. Salvo un milagro, su ciclo en Pedrero concluyó. El problema es que sus compañeros más jóvenes, los que permanecen, heredarán una relación trizada.