Es difícil imaginarse el mundo después de la pandemia. Y mucho más difícil saber cómo será el deporte. Los esfuerzos por recalendarizar los torneos y por apretar la agenda parecen vanos ante una crisis sanitaria que no afloja ni da tregua.
El espectáculo deportivo siempre ha estado asociado con la presencia masiva de público, y con la cercanía física de los participantes. En el juego nunca hubo temor, ni rechazo a la refriega, ni pudores a la hora de abrazarse. El esfuerzo anunciado por dar término a los torneos y tratar de normalizar la situación supone un sacrificio de todas esas situaciones, por lo que será un final aséptico, higiénico, distante.
Los especialistas en todo el orbe hablan de moderación económica, de presupuestos más modestos, de contracción en la inversión, pero el fútbol siempre fue contracíclico, pero no sabemos si esa tendencia se mantendrá. La avidez por presenciar los deportes a distancia contribuirá a que las apuestas del Real Madrid por contratar a los mejores jugadores del mundo aumenten, o que el Inter quiera empujar a la Lombardía a su antigua potencia provoque una nueva escalada de precios cuando el mercado se reabra.
En lo concreto, este largo paréntesis, como lo decíamos la semana pasada, revivió la nostalgia y ha permitido a nuevas generaciones asomarse a una realidad que sencillamente ignoraron, y que nunca pareció válida en el análisis. Para leyendas como Esteban Paredes, por ejemplo, ha significado revaluar un adiós que, de no haber surgido la peste, estaría a punto de producirse.
Lo cierto es que en todas partes se anticipa un retorno frenético, con muchas fechas por jugarse, acelerada y ansiosamente, quizás hasta llegar al Mundial, que es una frontera que las mismas autoridades sanitarias se han encargado de marcar. La “nueva normalidad”, que supone más sacrificios a los más desposeídos, más carencias a los que tienen menos y más restricciones a los que ya sufrían limitaciones nos obligará a replantearnos social y políticamente, lo que será la primera gran preocupación, inclusive para el fútbol, que ha visto en las últimas semanas cómo los propietarios se adaptan a las dificultades con distintas propuestas, algunas sumamente injustas y lesivas para los jugadores.
Es difícil imaginarse el fútbol de mañana, el que vendrá para decirnos que era mucho más importante de lo que parecía y que supondrá, esperamos, ese terreno común donde éramos capaces de encontrarnos, de reunirnos, de sentirnos más vivos que nunca.