El deterioro de su salud lo confinó en los últimos años y ya no fue un protagonista del centro de Santiago. La memoria lo abandonaba. Con varios amigos futboleros comentaba que si era intimidante un par de décadas después del retiro, me lo imaginaba como futbolista, cuando existía chipe libre para “rascar”.
El 8 de octubre de 1997 lo visité junto a “Pepe” Alvújar, mi compañero fotógrafo en la revista Don Balón, en su departamento de José Domingo Cañas, a pasos de Pedro de Valdivia. Se suponía que sería una charla de una hora, pero estuvimos toda la tarde. Nos recibió con preocupación. Jaime Ramírez Banda, su amigo en la U y en la selección del Mundial de 1962, estaba convaleciente de un infarto. El día anterior había cumplido 59 años. Repasamos su carrera en la U, su campaña en la Copa del Mundo y la frustración de ser marginado de Inglaterra 1966 por Luis Álamos, el entrenador que dirigió a la Roja en su cuarta experiencia planetaria.
Sin rencor, asumió su error: asistir a un espectáculo del rey del mambo, Dámaso Pérez Prado, en Ciudad de México, en la etapa en que se resolvía la nómina. Mientras se ponía el sol, no olvidaba que el “Zorro” los autorizó en una jornada en la que coincidieron con los dirigentes responsables de la delegación. “Se dijo que nos arrancamos del hotel con un compañero (José González) y nosotros fuimos con permiso. Me defendí mucho, pero ahora, que ha pasado tanto tiempo, digo lo siguiente: primero, no tenía que haber ido, ni con permiso ni sin permiso; segundo, no valió la pena tanta pérdida para lo que vi. Estábamos en la puerta de Inglaterra. Si me quedo en el hotel habría ido a mi segunda Copa del Mundo, pero ya no se puede volver atrás. Lo lamento, porque me perdí un Mundial por ir a ver a Pérez Prado. Don ‘Lucho' tampoco debió darme permiso”, recordaba en uno de los sillones de ese departamento clásico de Ñuñoa.
En la conversación rememoramos su estreno en la selección nacional, cuando Chile derrotó por primera vez a Argentina (4-2), el 18 de noviembre de 1959. Una noche inolvidable, porque fue la despedida de Sergio Livingstone. Ingresó en el complemento, la Albiceleste ganaba 2-0. “Don Fernando Riera me llama para reemplazar a Jorge Luco y marcar a José Sanfilippo. Me dijo “si podís agarrarlo firme al tiro, agárralo nomás”. Así que yo iba con permiso, con la bendición de Dios, jajaja. En la primera jugada agarro a Sanfilippo y casi lo corté. Me decía ‘pará, che, esto es fútbol, no es guerra'. ‘Para mí es guerra', le contesté, y a muerte. Se fue atrás y no volvió más. Nos fuimos arriba y ganamos el partido”, recordó.
Le corrieron un par de lágrimas, nos ofreció un cognac-cola. Nos despedimos con alegría. En 2005 lo visitamos por este diario en Puente Alto. Se veía golpeado, algo triste. Hasta que el fútbol inundaba la conversación y sacaba su frase de cabecera: “Dime cómo juegas y te diré cómo eres”.
El “Pluto” con todas sus letras.