La arquitectura del Movimiento Moderno jugaba a desvanecer los límites del espacio, a abolir los recintos estancos. La otrora promiscua relación entre el
living y los espacios de servicio se reconciliaron en la cocina americana y el espacio doméstico terminó siendo un continuo. Se disimularon también los límites entre el adentro y el afuera, entre el edificio y la naturaleza. Como en los ventanales casi invisibles de Mies van der Rohe y la proyección de cielo y piso hacia el entorno. Un paisaje que debía pasar impertérrito bajo la casa, bajo los pilotes de los edificios de Le Corbusier o emerger desde las sombras de las terrazas de Wright sobre la cascada.
Las ciencias sociales hicieron lo suyo por superar las fronteras disciplinares y conceptuales, imperando lo
multi, lo
trans, lo
híper y lo
post. El asunto era poder situarse más allá. ¿Habrá sido una reacción cultural al trauma de la guerra? Surgió también el paradigma de la ciudad global, un esquema en el que ya no importaban tanto los países, sino que las grandes ciudades que competían entre sí por atraer inversiones. Todo fluía, todo era líquido, como el capital.
Como el virus. Y ahí quedó el supuesto fin del Estado nación, cuando se trató de decidir quién tiene la prioridad sobre la producción de respiradores o mascarillas. Ahí aparecieron otra vez las fronteras planetarias, como líneas gruesas y rojas demarcando claramente la diferencia entre una comunidad interna y otra externa. Y aterrizaron todos los aviones.
Hacer un muro, construir un límite es, para muchos teóricos, el primer hecho urbano, porque requiere organizarse en comunidad para financiar y ejecutar una tarea cuyo sentido solo se apoya en la determinación de ese colectivo. Las grandes ciudades antiguas debían hacer más de un muro a medida que crecían. Y más allá siempre aparecían los arrabales y el muro nunca pudo ser tan tajante en definir quién pertenecía o no. Los campesinos, por ejemplo, podían entrar a refugiarse dentro de la urbe en caso de asedio. El muro quedó definitivamente obsoleto cuando la complejidad de lo urbano lo volvió impracticable.
Los límites generalmente son solo líneas mentales y, a veces, muy arbitrarias, como las divisiones administrativas que se trazan dentro de una ciudad. Una vereda de una calle con la gente confinada en cuarentena y en la del frente, las tiendas abiertas. Guy Debord proponía usar el método de la deriva: deambular por las calles para encontrar los límites perceptuales de los lugares, sentir que se salió de un barrio cuando se cruza una calle. Cada uno podría producir así su propio mapa político, su propia entelequia para después transgredirla.