Se ha comparado a
Leopardo negro, Lobo rojo, de Marlon James (1970), con
El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien, o con
Juego de tronos, de George R. R. Martin. La verdad es que tal paralelo se derrumba al más mínimo análisis, no en cuanto al valor de la gigantesca obra del autor jamaicano, que es excepcional, sino en el hecho de que esta novela procede de una cosmovisión radicalmente diferente. Mientras los creadores de esas exitosas sagas nos hablan de elfos, gnomos, orcos o de fenómenos dinásticos, todos arraigados en la cultura anglosajona, Marlon James recurre a la riquísima y compleja tradición africana, con sus mitologías, religiones o topografías únicas, por completo desconocidas entre nosotros, creando un caldero imaginativo, que ha sido definido por Salman Rushdie como un hechizo idiomático. Esta vez, la crítica literaria a ambos lados del Atlántico está lejos de la exageración, al afirmar que
Leopardo negro… consagra a Marlon James en calidad de uno de los grandes contadores de historias de su generación. Más aún, tampoco resulta hiperbólico decir que este título se ha convertido en un clásico moderno al cambiar las reglas de la literatura fantástica. Y basta con echar un vistazo al índice, para darse cuenta de que estamos frente a una ficción sin precedentes en las letras inglesas.
Resumir
Leopardo negro… que, aparte de su monumentalidad, tiene más de cien personajes, es desde luego, imposible. El protagonista, que se llama Rastreador, junto a Leopardo, quien puede adquirir forma humana cuando quiere, y más adelante, acompañado por Lobo, es famoso a lo largo y ancho de los trece reinos, por tener un don, un olfato que le permite encontrar aquello que se niega a ser encontrado. Habituado a trabajar por su cuenta, es contratado por un grupo de cazadores con una sola misión: dar con el paradero de un niño perdido. La travesía de Rastreador podría ser el hilo conductor de una madeja de episodios violentos, sobrenaturales, por momentos inconcebibles, que narra una aventura desbordante, explorando los límites del poder, el exceso o futilidad de la ambición y nuestra necesidad de buscar la verdad.
Leopardo negro… es contada con la fuerza hipnótica de las leyendas orales y es distintas cosas al mismo tiempo: picaresca, detectivesca, reciamente erótica. Si bien tenemos una elevada dosis de truculencia, nada hay de primitivismo, salvajismo o fáciles efectos en este extenso relato. Por el contrario, Marlon James exhibe en él un inaudito nivel de sofisticación. Así, el tema amoroso es tratado con una naturalidad y desparpajo dignos de formas de vida avanzadas. Un ejemplo de ello es Leopardo, el cual, al transformarse en hombre, practica casi siempre la homosexualidad. En realidad, los incidentes de este tipo son numerosos, por más que a medida que avanzamos en la trama, pasen a ser secundarios.
Al trío inicial de actores, debemos añadir el Rey Araña, a la bruja Itaki, a la Sangoma, antibruja, al Chico Jirafa, a la Chica de humo y al Jefe Gangatom: todos ellos y varios más se suman a la épica cruzada de Rastreador por hallar a la criatura desaparecida que dio origen a la intriga, y si bien muchos saldrán de escena, otros cuantos seguirán al héroe, a Leopardo y a Lobo hasta el final. En esos momentos, coincidirán soberanos, monarcas femeninas, vendedores de esclavos, mercenarios, demonios, prostitutas, magas, charlatanes, seres indefinibles o los elusivos dioses y diosas que, si están de humor, favorecen a Rastreador y sus amigos, pero si se sienten enojados, los castigan sin piedad. En el fondo,
Leopardo negro… es un puzle en el que el lector pasa a ser el juez, pues deberá unir las piezas de un enigma sin solución clara, sin ninguna clase de maniqueísmo. De esta manera, Marlon James mezcla los géneros mediante un estilo que es, a la vez, una combinación de otros tantos estilos que, si no fuera por la pericia del prosista angloafricano, el volumen se vendría abajo.
Un factor consustancial en el desarrollo de
Leopardo negro… es la lengua, de asombrosa plasticidad, ora descriptiva, ora poética, y al respecto cabe decir que Marlon James la somete a ejercicios que, en honor a la verdad, podrían caer en lo ininteligible, aunque ello sucede en raras oportunidades. Muchos pasajes semejan recitaciones o, lisa y llanamente, contienen extensos tramos en suajili, dialectos continentales, giros tribales que, por descontado, nos son incomprensibles. Con todo,
Leopardo negro… merece sobradamente el calificativo de epopeya; una epopeya originada en la deslumbrante civilización de África.