¡Qué gran cosa el romancero español! Mire, vea:
“Hay una yerba en el campo/ que le llaman la borraja;/ la mujer que la pisare/ luego se siente preñada./ Esta pisó doña Enxendra,/ por la su desdicha mala;/ una día yendo a la misa/ su padre la reparara./ —‘¿Tú qué tienes, doña Enxendra;/ tú que tienes que estás mala?'/ —‘Señor, tengo un mal del cuerpo/ que de niña me quedara'”. ¿Habrase visto maravilla igual?
Otra tan encantadora cuanto impaciente doncella dicen que logró igual resultado comiendo almendras, aunque no se sabe cuántas. Pero es la historia de la borraja la que interesa, porque con sus hojas se hacían ensaladas (sabían a pepino), y de las flores azulencas los galenos hacían bálsamos para espantar la melancolía. Sin duda la doncella Enxendra habrá tomado una sobredosis de esta pócima a la hora de la siesta.
Porque recordemos que las rapunceles se ponían a esa hora a las ventanas a catear a los paseantes: “—¿Qué mandáis, gentil mujer?—./ Con una voz amorosa/ comenzó de responder:/ —Ven acá, el pastorcico,/ si queréis tomar placer;/ siesta es de medio día,/ que ya es hora de comer”. Y “endei” comenzaba la fiesta. En pocos versos llegaban a veces al carozo:
“—Bella dama, bella dama,/ con usted durmiera yo./ —Suba, suba el caballero,/ dormirá una noche o dos./ —Lo que temo es su marido,/ que tenga mala intención (!!!)/ —Mi marido es ido a caza/ a los montes de León;/ y para que no vuelva nunca,/ le echaré una maldición”. Antipáticos, como siempre, los maridos.
Otra técnica era ponerse la damisela en apuros:
“Dejóse caer el guante,/ al parecer, descuidado;/ dice que se le ha caído,/ muy a pesar de su grado./ Con una voz melindrosa/ de esta suerte ha proposado:/ —¿Cuál será aquel caballero/ de esfuerzo tan señalado/ que saque de entre los leones/ el mi guante tan preciado?”.
¡Ájale! Si estas castizas doncellas “proposaban”, ¿por qué no han de “recepcionarse” las cartas o “explosar” las bombas puestas por unos malandrines que “mantenían” rostros cubiertos? ¡Reivindicación de periodistas! ¡Ya está, caramba! ¡Nos distrajimos! Ahora no nos queda más tiempo que para la recetita hierbatera…
Queque olorosoBata 4 claras a nieve. Agregue gradualmente 180 gr de azúcar, batiendo hasta que no se note el azúcar. Agregue las yemas. Cierna 150 gr de harina con 2 cdas de maicena y 2 de polvos de hornear, más una pizca de sal. Delicadamente incorpórela a los huevos. Incorpore 1 cda de mantequilla derretida y 4 de agua caliente. Mezcle todo cuidadosamente, para que la mezcla no baje. Enmantequille 2 moldes de 20 cm de diámetro. Tapice su fondo con hojas lavadas y secadas de Pelargonium odoratissimum (atención: no equivocarse de hierba). Vierta encima la mezcla, dividiéndola entre los moldes. Hornee (fuego moderado) 20 minutos. Retire, enfríe, desmolde. Deseche las hojas. Monte un queque sobre el otro, poniendo abundante chantilly entre medio. Delicado y perfumado. Para después de la siesta…