Humanamente no hay continuidad con el evangelio de la entrada y la lectura de la Pasión según San Mateo. ¿Hay cierta arbitrariedad en la elección de los textos? En la misma celebración litúrgica, vamos del éxito al fracaso, de la alegría y vítores de alabanza a los gritos del pueblo que pide su crucifixión: “¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? Contestaron todos: crucifícalo” (Pasión según San Mateo 26, 22).
Cuando conocemos la revelación sobrenaturalmente, vemos continuidad en las lecturas de la Misa. Porque en ambas se va cumpliendo la voluntad de Dios Padre. Lo había señalado a Jerusalén siglos antes: “Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila” (Zacarías 9,9). Y la pasión y muerte del Mesías era el precio de nuestros pecados, que anticipó Isaías: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos” (Isaías 50, 6).
Precisamente la esperanza cristiana se apoya en ese cuidado que Dios Padre tiene con la creación entera y que llamamos providencia. Que comprende a toda la humanidad: “Abarca con su poder de un extremo al otro del mundo y lo dispone todo con dulzura” (Sabiduría 8,1).
Mi esperanza y libertad se mantienen firmes, a pesar de los pesares, porque mi vida no está sujeta a la arbitrariedad, “la última instancia no son las leyes de la materia y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona. Y si conocemos a esta Persona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos materiales ya no es la última instancia; ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, ahora somos libres” (Spesalvi, 5).
Son varias las personas que con cierto pudor se me han acercado y me han preguntado: Padre, ¿no será esta violencia y ahora esta pandemia mundial un castigo de Dios? Como se trataba de una mamá le pregunté: a tus hijos ¿los quieres? Sí, respondió. ¿Los castigaste? Sí… ¿Cómo, pero por qué? Y me contestó: porque los quiero.
Toda una humanidad de rodillas por un virus, ciudades cercadas sanitariamente que privan de la libertad de movimiento, que separan las familias, que te alejan del culto a Dios. Y, ¿qué ha pasado con esos hombres que han ido echando a Jesús de las escuelas, universidades e instituciones? Que persiguen la Cruz y la sacan de los lugares públicos. Este hombre… ¡se cree Dios!: decide quién muere y cómo muere en las clínicas abortistas y también con los ancianos y los enfermos. Se cree Dios porque él decide quién es, independientemente de la biología de su creador y violentamente lo impone a los demás.
Vemos con estremecimiento y vergüenza en la pasión toda la soberbia, la ignorancia y la arrogancia del hombre, que enfrenta a Dios: “Si eres hijo de Dios, baja de la cruz. Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían: Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mateo 27,40-42).
¿Cómo te imaginas explicando estas palabras?: “Dios resiste a los soberbios” (Proverbios 3,34). Para mí, es ver un Padre angustiado que busca cómo recuperar a su hijo, respetando y amando su libertad.
Seamos sensatos, muchos “proyectos hay en la mente del hombre, pero es el plan de Dios el que permanece” (Proverbios 19,21) y para amar esta verdad, necesitamos pedir ser humildes y Él nos dará su gracia. Este es el camino, si reconocemos ahora —mientras lees— que este Padre es increíble, porque “tiene poder sobre todas las cosas para concedernos infinitamente más de lo que pedimos o pensamos” (Efesios 3,20).
“Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, decían: Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: Soy Hijo de Dios.
De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban”.(Mt. 27,39-44)