Ha sido prudente el Gobierno al definir una estrategia y una acción progresiva para enfrentar la pandemia. No es fácil definir un curso de acción frente a un hecho tan novedoso, tan inesperado y que se expande en silencio y con tanta rapidez. Esto ha permitido que las autoridades y los servicios involucrados se vayan acomodando a esta situación creciente y también que el país pueda aceptarla junto con sus restricciones. Es la vida entera del país la que está afectada, a la vez que agravada, porque, al ser esta una situación mundial, se agregan las restricciones que se han ido imponiendo afuera y que nos afectan.
Primero fue la vida escolar la más directamente afectada, por ser los establecimientos educativos lugares que facilitan enormemente la transmisión del virus. Luego ha sido la actividad económica: el comercio y la producción. Finalmente, ha sido la sociabilidad en su totalidad la que se alteró: hoy, ser solidario consiste en no tener contacto físico con nadie. Así, nos hemos quedado reducidos al espacio familiar. Y de a poco, junto con ir reconociendo y aceptando estas limitaciones, han ido surgiendo las disposiciones de las autoridades competentes para restringirnos a todos. De este modo, estas imposiciones autoritarias no han violentado a la población.
Parar lograrlo, el Gobierno ha debido lidiar con la presión de alcaldes y agrupaciones varias, que veían en las restricciones inmediatas y totales la única forma de enfrentar este flagelo. Es difícil captar que las decisiones de las autoridades pueden naufragar en los pequeños detalles de su implementación. Cuando se impusieron controles a la llegada de vuelos procedentes de países en lista negra no se los separó de los de otros vuelos, incrementando la congestión en Pudahuel y creando un ambiente encerrado y malsano. Con las clases online ha quedado al descubierto que muchos somos analfabetos en estas materias, sumado esto a la cantidad de gente que no dispone de computadores y sus accesorios. No es fácil reorganizar servicios públicos y modificar hábitos arraigados en las personas.
Y aún no se nota con fuerza la grave secuela que significa alterar los hábitos de un país. Al distanciamiento físico se sumará la parálisis en la vida, al no poder desarrollar con normalidad la actividad cotidiana: el trabajo particularmente, con la cesantía o la disminución de ingresos. Se nos advierte que aún falta lo peor, por lo que deberemos seguir adaptándonos progresivamente a esta grave situación.