Mantengo grabado un partido de la Primera B, corresponde a la última fecha que se jugó a medias y entre balbuceos. No conozco el resultado y no lo veré en vivo, porque ya sucedió, pero cuando lo haga será una versión resucitada, como si le dijeran al partido lo que a Lázaro: levántate, anda y juega como puedas, en absoluto bien, porque eso ya sería milagro sobre milagro.
En realidad conservo dos partidos, el segundo también es de ese torneo y categoría, y ambos permanecen en barrica de roble, añejándose y acaso mejorándose, y cuando la desesperación parezca invencible, saco la carta escondida: una reunión doble de un tiempo cercano, y sin embargo remoto, con dos partidos nunca vistos y por tanto desconocidos, porque esa la única manera de ver el fútbol.
El fútbol se pasa con fútbol y por eso se muere rápido y sin pausa.
Siempre se pueden buscar contenidos en los 20 mejores goles de la década o los 20 del año pasado o los 20 del siglo, donde lo infinito de esas listas es también su medida: inútiles para el fútbol como angustia y pasión.
Se ven con lejanía y frialdad, porque no se palpa el contexto del gol y por tanto el género del partido: si dramático o quizás heroico, si trágico o a lo mejor banal.
Y los partidos antiguos son fantasmas que no asustan ni estremecen, porque sabemos cómo terminan, así que no hay misterio ni acertijo, y menos sorpresas y asombro.
¿Importa un clásico de hace dos décadas? La verdad no.
¿O un partido de selección y de Mundial? La verdad tampoco y hasta pasa otra cosa. Lo que realmente permanece es el recuerdo de donde vi ese partido, en qué casa y circunstancias, con quién y dónde, porque el fútbol antiguo sirve para que tengamos memoria, para eso sí.
A esos partidos les practicaron la autopsia y les sacaron y desprendieron los órganos. Se pueden ver, con espíritu clínico y de laboratorio, pero ese cuerpo sin respiración perdió sensualidad y misterio: es un partido muerto.
La reunión doble que mantengo sellada y en guarda, en cambio, no será de Mundial ni de Champions ni de nada tan vistoso y famoso, pero está viva.
Y así pensar que entre el pasado y el futuro, está el presente con la pandemia y un cuento fantástico grabado en TV y en HD: una reunión doble resucitada de la que no sé nada de nada, por lo tanto me espera un descubrimiento.
Y para que esté aún más viva, nobleza obliga: dos sándwiches preparados por el anfitrión, que sería yo mismo, por lo demás el único interesado en el tesoro grabado, porque así son las cosas: el fútbol es cosa de uno. La multitud es el adorno.
Dos sándwiches, entonces.
El primero en marraqueta y un pernil palta para el entretiempo del primer partido.
El segundo en hallulla y mechada palta para el entretiempo del segundo partido.
Hay que ver el fútbol como corresponde: como Dios manda.