Por alguna razón que no consigo explicarme (en los últimos meses casi todo parece inexplicable) volvió a circular una historia que tiene como protagonista al fallecido Papa Juan Pablo II. El pontífice era políglota: hablaba con fluidez una docena de idiomas, incluido el esperanto. Pero el día en que Mehmet Alí Agca le disparó a quemarropa en el Vaticano, Karol Wojtyla habló en polaco.
Es que en los momentos más críticos recurrimos a lo esencial, a la lengua materna; mostramos lo que en verdad somos.
Por eso se dice, con razón, que las crisis sacan lo mejor y lo peor de lo nuestro. Aparecen nuestras grandezas y nuestras bajezas. Podemos ser al mismo tiempo héroes, como los funcionarios de la salud que arriesgan su vida para sanar a los enfermos de coronavirus, y villanos, como los que roban guantes y mascarillas dentro de los mismos hospitales donde se intenta ganarle a la muerte.
El domingo pasado escribí sobre los políticos que a mi juicio intentaban sacar provecho electoral de esta crisis. Días después, el contralor general de la república hizo el mismo reproche, claro que lo dijo con mejores palabras que yo (y con efectos jurídicos). Por eso digamos “misión cumplida” y miremos ahora el vaso medio lleno en esta crisis, al menos en lo que se refiere a los personajes de la política.
Las dos estrellas emergentes que nos está dejando el coronavirus son mujeres, tienen menos de 40 años y son puro talento político.
Izkia es de izquierda (¿se llamará así por eso?). Fue militante de las Juventudes Comunistas, pero luego se acercó más bien al Frente Amplio. Fue dirigente estudiantil y una precoz líder gremial, lo que la llevó a convertirse en la más joven y primera mujer en llegar a la presidencia del Colegio Médico, con apenas 32 años.
Kathy es de derecha y no lo esconde, aunque en su generación ser de derecha no es tan popular. Es abogada, pero su vocación fue el mundo comunal. Trabajó en la Municipalidad de Conchalí y luego fue concejala por Quinta Normal, antes de llegar al Gobierno para asumir como subsecretaria en el no tan apetecible rubro de Prevención del Delito.
Izkia Siches fue capaz de dejar de lado sus convicciones ideológicas (que eran apasionadas y las mostraba sin pudor en Twitter) para cuadrarse con el Gobierno y trabajar codo a codo con las autoridades de La Moneda, pese a la enorme presión de sus cercanos, que le ruegan que aproveche esta oportunidad para darle duro al Presidente.
Katherine Martorell estuvo dispuesta a asumir un rol de primera línea en la crisis del coronavirus haciéndose cargo de los protocolos del Estado de Catástrofe, como los toques de queda y las cuarentenas, sabiendo que cualquiera que dé la cara en este gobierno se arriesga a recibir tomatazos o a ser la próxima víctima de las burlas de Kramer.
Como las jornadas de la cuarentena se han vuelto repetitivas y no logro despegarme de la televisión, ya no sé ni qué día es hoy. Ni qué hora es, porque los alcaldes, que antes solo habitaban los matinales, ahora andan a cualquier hora en pantalla. Por eso, mi único pasatiempo es esperar a que aparezcan Izkia (por la izquierda) o Katherine (por la derecha). Ahí es cuando pienso que el coronavirus, pese a la catástrofe que es, no será pura pérdida.