Se cumple una semana del confinamiento obligatorio impuesto por el gobierno español de Pedro Sánchez para todos sus ciudadanos y la medida tiene un apoyo social extraordinario. Ayer, un sondeo de un canal de televisión indicaba que el 96,5% de los españoles está de acuerdo con la disposición. Es un verdadero cautiverio feliz, como el de Núñez de Pineda y Bascuñán.
El confinamiento español es muy estricto, sobre todo si lo comparamos con el italiano, donde en Lombardía se detectó que el 40% de la población seguía moviéndose normalmente y se continuaban celebrando fiestas en hoteles. En España, únicamente los que no pueden teletrabajar siguen acudiendo a sus empresas. Los demás solo pueden salir de sus casas para ir a la farmacia, a comprar víveres, a pasear al perro, a caminar si es por prescripción médica (diabéticos), pero no se puede salir a correr o a andar en bicicleta.
Un video que muestra la detención de una runner madrileña, arrastrándose por el suelo para que la policía no la arreste y gritando como una descosida, se ha hecho viral. Pero lo más aplaudido han sido los insultos que los vecinos le dedicaban a la irresponsable por poner en peligro la vida de los agentes que la detuvieron.
Todos los días a las 20 horas los españoles han aplaudido también a sus médicos, como una manera de reconocerles el sacrificio que están haciendo en la primera línea de contención del virus.
Escuché hace unos días a Enrique Paris, expresidente del Colegio de Médicos de Chile, que cuestionaba la posibilidad de confinar estrictamente a los ciudadanos porque, entre otras cosas, los niños no iban a aguantar encerrados 15 días. Los niños españoles deben ser muy raros porque ya llevan una semana —los de Madrid un poco más porque las clases se suspendieron antes— encerrados y no ha habido un solo incidente protagonizado por ellos.
España se ha convertido en el tercer país más afectado por el coronavirus con 25.374 casos y 1.378 muertos, pero el cumplimiento de sus medidas de aislamiento social está siendo excepcional. La señal definitiva de que la que cosa iba en serio fue el cierre de los bares en un país donde eso no había ocurrido nunca en la historia.
El cierre total del sector del turismo y la hostelería, que representa el 12% del PIB español (unos 140.000 millones de euros) supondrá un duro golpe para su economía. La temporada alta de destinos como Madrid o Canarias que empieza en marzo y llega hasta junio, está perdida. Y la de verano probablemente también.
De momento, todas las medidas anunciadas para amortiguar el golpe viajan por las alturas. Son medidas de inyección de liquidez y de apoyo a las políticas fiscales de los gobiernos. La crisis del coronavirus en Europa tiene una dimensión nacional que en China no alcanzó. El país asiático confinó la provincia de Hubei y sus 56 millones de habitantes, pero cientos de millones siguieron operativos. En Europa, Italia y España han metido toda su economía en un congelador y no se sabe por cuánto tiempo. El 56% de los españoles creen que el confinamiento durará al menos un mes.
No hay manuales de Economía para lidiar con una situación así. Ni siquiera el símil de la economía de guerra usado por Emmanuel Macron es exacto. La economía de guerra supone movilizar recursos hacia un objetivo. En este caso, la economía ha sido frenada y metida en un congelador, algo que solo festejan los partidarios del decrecimiento económico. De hecho, Greenpeace se felicitaba esta semana de que las emisiones contaminantes se han reducido a “límites históricos” y no alcanzan ni al 40% de la cantidad permitida.
John Müller
Desde Madrid para “El Mercurio”