La curación del ciego nos toca de cerca, porque en cierto sentido todos somos ciegos. En efecto, en una cultura donde Dios pareciera no tener espacio y donde la cotidianidad es invadida por falsos dioses que ennegrecen nuestra vida, somos interpelados a abrir los “ojos” y tener una mirada de fe. Esto nos permite ir “más allá” de lo que se presenta ante nosotros para ver la realidad de Dios, la grandeza del Evangelio y el horizonte lleno de sentido que nos ofrece Cristo resucitado.
¿Cómo cultivar hoy una mirada de fe? Los recientes hechos pueden ser una oportunidad. En efecto, la grave pandemia ha tocado todas las fibras del alma nacional, trastocando la vida diaria y generando preocupación e incertidumbre. En este contexto, hemos debido cambiar horarios, modos de trabajo y, en general, varios hábitos sociales. También estamos invadidos por la inseguridad de no tener el mañana programado, de vivir al día, sabiendo que no podemos organizar eventos, juntas y otras actividades sin el riesgo de que deban ser suspendidas. Esto ha suscitado una gran tribulación que a muchos desconcierta.
Pero, con la mirada de fe, esto aparece como una oportunidad para dejar atrás la “ceguera” del materialismo y de las necesidades innecesarias, para abrir nuestros ojos a la realidad de Dios, sabiendo que su luz nos hace salir de la oscuridad o de las tinieblas y nos hace ver la verdadera luz. Este tiempo parece providencial para hacer un mea culpa, reconociendo que muchas exigencias actuales nos han hecho ciegos frente a las cosas de Dios y nos han llenado de mitos acerca de cómo vivir, haciéndonos creer que necesitamos muchas cosas para estar bien; que la felicidad de los jóvenes depende de los carretes y del trago; que la felicidad de la familia esta anclada en el buen pasar y en la comodidad; que la alegría verdadera es instantánea y sin responsabilidad por el futuro, y que el amor se mide más por la autosatisfacción que por la donación. En pocas palabras, el amor sin cruz, la felicidad comprada, el confort desmedido y el exitismo material son las falsas certezas posmodernas que la pandemia pone en jaque.
Por ello, este tiempo de pausa obligada puede ser una oportunidad para discernir sobre lo verdaderamente importante, para dejar atrás cegueras producidas por el estrés cotidiano y mirar más la vida familiar, más el compartir, más la riqueza del acontecer cotidiano redescubriendo lo esencial. Y, sobre todo, es una oportunidad extraordinaria para volver la mirada y el corazón hacia Dios.
No puedo concluir sin invitarlos al encuentro cotidiano con el Señor. Eso fue lo que sanó al ciego y le vigorizó la fe. En tiempos de tribulación como el que vivimos, debemos volver a la oración pausada y en familia, a la contemplación de los misterios del Señor, a la certeza que solo Él tiene palabras de vida eterna.
Y de corazón espero que este tiempo donde la Eucaristía será celebrada de modo privado, sin asistencia regular de fieles, renovemos nuestra hambre y sed del Pan del cielo, como le pasó a Israel en el desierto, teniendo la esperanza cierta de que, pasado este tiempo de pandemia, volveremos a alimentarnos del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Aunque parezca contradictorio, la carencia eucarística a la que nos obliga esta cuarentena nos ayudará a reconocer y profesar con mayor fuerza que la Eucaristía es el verdadero pan del cielo y que tenemos “hambre de Cristo”.
¡Buen domingo!
“En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa ‘Enviado')». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?» Unos decían: «El mismo»”.
(Jn. 9,1; 6-9; 13-17; 34-38)