La narradora tiene catorce años. Recién ha pasado a primero medio. El día de su graduación de octavo, su mamá recibió la noticia de que tenía cáncer. Fue a la ceremonia y lloró. Cuando la hija le preguntó por qué, respondió que la había emocionado que ella se atreviera a escribir y leer un discurso en representación de sus compañeros. El libro está lleno de estas pequeñas mentiras. La familia, que vive en Curicó, nunca habla del dolor. La “familia eufemismo”, dice la protagonista, y es un rasgo que se puede entender como propio de cierta chilenidad, la aversión al diálogo personal, el gusto por los sobreentendidos, la dificultad para expresar las emociones. Todo ello se potencia por la trama del libro, el relato sobrio y a ratos conmovedor de la pérdida de alguien tan cercano, la aproximación rotunda a la muerte en el entorno familiar. Fernández, una debutante en el género y con algún recorrido previo en el cuento y la
performance, urde la crónica de la enfermedad de la madre con su trayectoria vital, de la adolescente que cambia, crece y se enfrenta a los cambios inevitables que esa edad trae consigo. El libro está ambientado mayormente en el verano-otoño de 2000, cuando la madre se enferma, y recoge también el clima de la época, tanto en la política como en la apelación a esas terapias que ofrecen poco más que consuelo y nada de curación efectiva, desde los doctores muertos que operan desde el más allá hasta esa perversa lectura de que la enfermedad es culpa del que la sufre y que se curará a punta de voluntad y paz consigo mismo.
El libro cambia bruscamente de ritmo en dos oportunidades. Cuando el psicólogo del colegio plantea el viejo asunto del bote que pronto naufragará y demanda a cada alumno que defienda por qué debe salvarse, la protagonista se deja llevar por la rabia y el miedo; en otro momento ofrece un largo monólogo del padre que comienza así: “Hijos, esto es un desastre, estamos arrasados. La mamá está cada día más enferma y no sabemos qué hacer”, y termina con una desolada declaración de la hija: “Esto habría sido bueno que dijera mi papá, o eso me habría gustado, pero no pasó”. El duelo posterior está marcado por los sueños que vuelven a traer la presencia de la madre, y ya muchos años después, cuando parece que anuncian la paz, se convierten en la manifestación más clara de que la memoria siempre corre pareja con el olvido en una carrera donde el triunfo no solo es incierto, sino que también puede tener mil caras.
BELÉN FERNÁNDEZ LLANOS
Overol, Santiago, 2019. 102 páginas.