El 12 de agosto de 2000, durante el desarrollo de las más grandes maniobras navales de la era postsoviética en el mar de Barents, el submarino de propulsión nuclear “Kursk” sufrió una explosión en su sala de torpedos que se extendió por la estructura de la nave y la hizo colapsar en unas horas. De los 118 tripulantes que llevaba, se cree que unos 30 murieron en forma instantánea, mientras que los restantes se fueron guareciendo en diferentes compartimentos, hasta que todos se inundaron. Debido a la magnitud de las explosiones, otras flotas de la región se vieron alertadas y ofrecieron ayuda al gobierno ruso, que la rechazó con el fin de preservar sus secretos navales.
De este incidente se hicieron ya dos documentales de largometraje y una película de ficción con el mismo título original en 2012. De modo que es una historia conocida. Lo nuevo tendría que ser, por lo tanto, el enfoque particular de la tragedia.
El relato se inicia con un formato de pantalla cuadrado, de alcance reducido, en todo el proceso de zarpe del “Kursk”, una nave de la clase Oscar, la segunda más grande de los submarinos rusos, con cuatro pisos de altura y 155 metros de eslora. En cuanto el “Kursk” se sumerge, la pantalla se extiende a un gran formato horizontal, sugiriendo visualmente el primer tema de la película: lo que ocurre abajo tiene dimensiones mayores de lo que sucede arriba.
El director danés Thomas Vinterberg aborda el desarrollo en tres planos simultáneos: lo que ocurre adentro del submarino, lo que tratan de saber las familias de los tripulantes y las enrevesadas negociaciones políticas del gobierno ruso, que posterga una y otra vez las informaciones mientras las horas se acortan. Una de las cosas que pueden haber alterado el enfoque de Vinterberg es que el productor Luc Besson exigió eliminar las escenas en que aparecía el Presidente ruso Vladimir Putin.
La responsabilidad queda limitada al inescrutable almirante Vladimir Petrenko, un papel que el cine recordará solo porque fue el último de Max Von Sydow. De todos modos, esta no parece ser una razón suficiente para que la dimensión política del caso sea poco relevante, o demasiado simple. Vinterberg ha querido poner el énfasis en la tragedia de los familiares que, sospechando que sus hombres han podido estar vivos, lentamente descubren que había más alternativas que la de dejarlos morir.
Vinterberg, que dirigió la famosa
La Celebración como un adherente al movimiento Dogma, donde se juraba no filmar jamás con efectos especiales ni iluminación artificial, rodó más tarde una cinta llamada
Submarino, sobre dos hermanos “sumergidos” en el delito, pero esa metáfora parece muy distante del sufrimiento de los marinos rusos. No hay nada de eso: esta es una película convencional sobre una tragedia escalofriante, como seguramente habrá unas cuantas más.
KURSK
Dirección: Thomas Vinterberg.
Con: Matthias Schoenaerts, Léa Seydoux, Colin Firth, Max Von Sydow, Peter Simonischek.
117 minutos.